domingo, 15 de enero de 2012

TALLANDO RECUERDOS

Sin saberlo cada día que consumimos vamos tallando recuerdos junto a las personas que queremos.

Yo sé lo que es tallar recuerdos y revivir esos instantes para sobrevivir.

Unas cuantas tardes, hace ya algún tiempo, comencé a tallar recuerdos.

Pero no solo los tallé en la memoria, en la piel, y en el corazón.

Tallé recuerdos también en un pequeño fragmento de madera de roble.

En esa madera están guardados muchos segundos, segundos impregnados de abrazos no correspondidos que sin embargo llenan el alma, de miradas cómplices, de gestos, de sonrisas, de palabras cuyo eco sonoro apenas recuerdo, de enseñanzas, de cariño, de amor, de libertad, de igualdad, de fraternidad, de puños en alto y corazones que laten apresurados por sus sueños…

Tallé recuerdos en un pequeño fragmento de madera, que al mirar ahora, me ayuda a sonreír.

Sin saberlo, tallé recuerdos junto a una de las personas más importantes de mi vida, y ahora, después de un tiempo de tempestad, lluvia congelada, de noches cerradas sin luna y sin estrellas, de días de cielo gris…ahora me doy cuenta de lo afortunada que soy.

Ahora sé que esos recuerdos son uno de los mejores regalos que la vida me podía hacer. 

Esos instantes y un montón de ellos más, que acelerados se agolpan en mi mente esperando su oportunidad para ser revisados. Instantes olvidados que aparecen sin avisar arrancándome sonrisas.

Ahora sé lo importante que es tallar recuerdos, en madera, en la piel, en el corazón y en la memoria.

Ahora, cuando al cerrarlos mis ojos divisan una mesa de trabajo, ciertas herramientas punzantes guardadas en pequeñas cajas, lápices de carpintero sobre papeles arrugados, metros y reglas colgados de la pared, ahora sonrío, sonrío y sonrío.

Pero también lloro de felicidad, por poder tener algo que recordar.

Quizá algún día vuelva a coger esas herramientas y vuelva a tallar pequeños dibujos en trozos de madera, aunque no se me dé tan bien…

Mientras tanto me conformo con seguir tallando recuerdos en papel, deletreando sentimientos, anotando el pasado para que no se me olvide y forme parte siempre de mi presente.

Tallé, tallo y tallaré…porque sé que los recuerdos es lo único que nadie nos puede robar…

Seguiré tallando recuerdos en nuevos relatos que hablen de tallar…estas pequeñas palabras son solo un comienzo.

martes, 10 de enero de 2012

Y SALIÓ EL SOL...

Salió el sol.

Después de la lluvia y las tormentas internas, comenzó a brillar dentro de su corazón.

Porque después de los vientos huracanados y las tristezas a veces sale el sol  y perdura iluminado por sonrisas resplandecientes y sinceras.

Llegó el 22 de Octubre y a pesar de ser un día clave en su vida donde las ausencias se hacen más presentes, los rayos de luz no dejaron de acompañarla.

Anabelle cumplía 26 años, y el recuerdo de amigos en la distancia, la familia, el amor y saber que poseía unos latidos inmortales dentro de su corazón, la dieron fuerzas para sonreír al pronunciar:

- ¡Un año más vieja!

Se ha prometido hace semanas no venirse abajo, sin embargo a veces la es inevitable. ¡Eso sí! siempre vuelve a resurgir como una guerrera, aunque el corazón la duela y a momentos sienta que se ahoga.

Una vez más, como siempre, fui su compañera fiel. Era el día en el que la tocaba hacer recuento de un año que se iba y de otro que nacía tras su corazón. Era el día en el que debía soplar las velas de la tarta y pedir nuevos deseos.

Yo deseaba que llegara ese momento para conocerlos, y llegó… pero no os voy a contar lo que pidió corazones cotillas, porque quiero que se la cumplan todos y cada uno de ellos.

Lo que si os voy a contar es el magnífico día que pasó al lado de la persona que más sonrisas logra robarla.
Todo comenzó al despertar.

Manuel la abrazó por la cintura y  comenzó una guerra de cosquillas, de besos apasionados y caricias salvajes. En ningún momento dejaron de mirarse a los ojos ilusionados. Yo me sentí un poco incómoda con esas demostraciones de pasión, así que al ver que se cubrían con el edredón, dejé de observarles y decidí esperarles en la cocina. 

- ¡En algún momento tendrán que desayunar! - pensé para mí.

Y no me confundí.

Un tiempo después -no diré cuánto estuve esperando-, los dos cruzaron la puerta de madera con cristales de colores y entre sonrisas y mejillas ruborizadas se tomaron un vaso de zumo y leche con cereales.

Se sirvieron un vaso de néctar de naranja cada uno y al hacerlo mi dueña, se encontró con un dibujo en el cartón pintado por Manuel el día anterior, y volvió a sonreír como una tonta al recordar cuando lo había descubierto y el sentimiento que había inundado su corazón.

Para sí misma se dijo: ¡Que niño más lindo tengo!

Mientras Anabelle calentaba la leche en el microondas Manuel aprovechó para volver a hacer de las suyas, arrancó una hoja cuadriculada de la pequeña libreta roja -donde ella siempre apunta lo que va a cocinar al día siguiente-, y escribió apresurado una pequeña nota.

Cuando ella dejó las tazas sobre la mesa se encontró con un papel emborronado que decía:

“¡FELIZ CUMPLEAÑOS PRECIOSA! Que nos queden muchas velas por soplar juntos, muchas mañanas como ésta, entre amor y sonrisas, y que la luz de tus ojos cada día brille más. Yo lucharé por conseguirlo porque eres mi felicidad. Te amo y te amaré siempre, Manuel.”

Una sonrisa inundó su rostro, sus ojos centellearon llenos de alegría y su corazón comenzó a latir acelerado.

Abrazó enérgicamente a Manuel, lo lleno de besos y de mordiscos pequeños y le susurró al oído: ¡Soy muy afortunada al tenerte conmigo, mi felicidad, el dueño de mi corazón, mi príncipe…!

Y mirándole a los ojos profundamente pronunció: ¡Te amo y te amaré eternamente!

Después se sentaron a la mesa, desayunaron entre caricias y besos lanzados al aire, y llegaron a la conclusión de que pasarían el día fuera de casa.

Fue un día de esos que vale la pena recordar, lo supe desde su comienzo.

El mejor despertar que una pareja de enamorados podría desear, comer fuera de casa, ir a mirar libros al centro comercial…

Eran ellos dos girando a su ritmo dentro de su propio universo sin percatarse de nada más.

Más tarde llegó el tiempo de la reunión familiar en el pueblo para celebrar los 26 y soplar las velas de la tarta todos juntos, la entrega de regalos, las anécdotas, las sonrisas, el paseo hasta el cementerio a llevar una rosa roja a su padre y a su abuela… 

Llegó el tiempo de regresar a casa y acabar la noche acurrucados en el sofá viendo la televisión, abrazados bajo una manta del Fútbol Club Barcelona, que el padre de Annabelle adquirió con el periódico semanas antes de su marcha. 

Horas más tarde, después de varios capítulos de una serie sobre un forense y asesino en serie, antes de marcharse a la cama, mientras Manuel miraba unas cosas en el ordenador del salón, Anabelle sacó su Moleskine negra y narró lo sucedido durante el día, mirando a las estrellas por última vez antes de bajar del todo la persiana de la cocina.

Sonrío de nuevo, pensó en sus estrellas, en las personas que están a su lado cada día, y en aquellos que aunque se fueron siguen estando.

Y volvió a sonreír de nuevo antes de pronunciar entre suspiros: ¡Un año más vieja y os tengo a vosotros a mi lado! Los de siempre, los que habéis ido llegando durante este año…¿Se puede pedir más?

Y al hacer recuento recordó:

Las sonrisas pícaras, los besos ardientes, el sudor de dos cuerpos amándose, las bromas, las letras románticas escritas en una hoja de papel, una cara sonriente con pelos de punta pintada en el tetrabrik del zumo que gritaba: ¡Bébeme Anabelle!, los recuerdos bonitos de la infancia que vinieron a la boca durante el día, el montón de libros que había mirado, los sueños cumplidos, los viajes realizados y los que están por llegar, las viejas canciones que su amor aprendió en la escuela de pequeño y que canta de vez en cuando con voz aniñada para hacerla sonreír y ablandarla el corazón un poco más, los abrazos, las caricias, las miradas cómplices…

- ¡Un gran día! -pronunciamos las dos al mismo tiempo.

Y todo fue sucediendo, segundo a segundo, sin pausa, sin prisa.

Su sonrisa no dejó de canturrear en ningún momento, fue uno de sus mejores cumpleaños. Ella lo sabía.

Aunque al soplar las velas de la tarta de chocolate, no pudo evitar pensar en los que no estaban allí con ella y su mirada se enturbió al paso de una lágrima…tras el minuto de nostalgia, la bastó tocar su pecho, su tatuaje de la rosa roja y sentir los latidos de su corazón para expulsar el aire con fuerza llena de ilusión renovada de nuevo. 

Salió el sol y no dejó de brillar, y con la llegada de la noche la luna y las estrellas brindaron a sus labios el halo blanco de su majestuosidad…

Anabelle no dejó de sonreír, al igual que Manuel tampoco dejó de hacerlo.

Yo sonreí en todo momento.

Porque después de los vientos huracanados y las tristezas a veces sale el sol  y perdura iluminado por sonrisas resplandecientes y sinceras.

Ahora mi chica valiente lo sabe, Manuel lo sabe y yo también. Y vosotros, que habéis leído estas letras también.

Cuando estéis tristes recordad todos los días de sol, de abrazos, besos y sonrisas…y vuestra tristeza se esfumará como vino… Son los días alegres los que permanecen siempre dentro de la memoria.


viernes, 6 de enero de 2012

EL CORAZÓN DIJO BASTA

El corazón se cansó de levantarse cada mañana sin ilusiones, se cansó de latir sin fuerzas por culpa de pensamientos negativos.

El corazón se cansó de hablar sin ser escuchado, de sentirse pequeñito, perdido y solo.

El corazón se cansó de mirar al cielo sin poder vislumbrar las estrellas, se cansó de preguntar ciertas preguntas que jamás serán contestadas, porque no hay respuesta posible.

El corazón se cansó de tantas lágrimas derramadas y de aquellas que fueron silenciadas, de tantas promesas incumplidas, de tantas letras escritas perdidas entre los rincones del tiempo convertidas en borrones de tinta sin sentido.

El corazón se cansó de tanto dolor, de tantos miedos, de tantos nervios, de tanta tensión acumulada en los músculos del cuerpo.

El corazón se cansó y dijo basta.

Dijo basta y comenzó a latir apresurado, desbocado, descarrilado completamente. Era su forma de dar la señal de alarma.

El corazón se cansó y dijo basta y gritó más fuerte que nunca diciendo que era tiempo de cambiar.

Siendo las cinco de la mañana del día uno de Enero, dijo ¡basta! Y fue imposible ralentizar sus pulsaciones hasta que todo estalló.

El pequeño corazón acabó en urgencias, le fue practicado un electro y una analítica.

El pequeño corazón se calmó al recibir los resultados. Y volviendo a casa se dio cuenta de que debía empezar de nuevo. 

Debía empezar de cero. Aprender a relajarse. Ser menos sensible, más frío, más fuerte.

Debía mirar la vida de otra manera, apurar sus segundos, cada uno de todos sus tic-tac.

Debía aprender a acallar sus miedos, a soportar el dolor de la angustia que ahoga fuertemente el pecho impidiendo respirar.

Debía aprender a sonreír, a vencer las tristezas, a acallar la melancolía. Porque sufrir es algo que realmente no merece la pena.

El corazón malherido y marchitado se cansó y dijo basta. 

El corazón después de cuatro días intenta reponerse, intenta cambiar ¿lo conseguirá?

El pequeño corazón se cansó y gritó ¡BASTA!


jueves, 5 de enero de 2012

LATIDOS INMORTALES...FINAL

Anabelle dejó de sonreír y volvió a sentirse angustiada. Quiso despertar de su sueño pero le fue imposible. 

Yo traté de despertarla pero no pude y la impotencia se apoderó de mí. Cuando sus ojos comenzaron a llorar los míos la acompañaron.

Volvió a sentirse sola, volvió a ahogarse entre sus miedos, los latidos del pequeño corazón refugiado en su barquito de cristal volvieron a debilitarse, la angustia la apretó fuertemente el pecho. 

Su respiración se entrecortó en el mismo momento en el que las tinieblas desaparecieron y nuestros ojos pudieron vislumbrar que su corazón envuelto en el cristal transparente se dirigía a toda prisa arrastrado por la corriente del agua y el viento hacia una boca de alcantarilla.

Apretó los ojos fuertemente intentando que la imagen desapareciera pero no lo consiguió. Comenzó a tambalearse nerviosa y lloró apresurada un montón de lágrimas amargas. 

Decidí no llorar para no empeorar las cosas, pero a cada lágrima derramada por Anabelle el viento soplaba más fuerte, a cada sollozo el río crecía. Y ambas supimos entonces que ese agua turbia que acelerado buscaba la alcantarilla no era más que el conjunto de todas las lágrimas empapadas en rímel que habían surcado su rostro durante estos cuatros meses que habían acontecido desde la muerte de su padre.

- ¡No te caigas corazón! ¡Que alguien me ayude por favor! - susurraron sus labios en la realidad mientras que en nuestro sueño fue un espantoso grito profesado por sus cuerdas vocales.

Pero no sirvió de nada. Vimos como el barquito de cristal con su corazón entraba en la fantasmal alcantarilla de hierro y todo se tornó más sombrío. La niebla lo cubrió todo con su manto espumoso, la oscuridad de la noche se hizo más eterna y juntas volvimos a llorar desesperadas, sin esperanza.

Lloramos hasta que nuestros ojos se quedaron sin lágrimas, un dolor en el pecho nos hizo sentirnos muertas y cuando creímos que todo estaba perdido… unos pequeños destellos de luz aparecieron en el cielo.
Las estrellas comenzaron a brillar guiadas por el halo blanco de la luna y de repente el contorno de una silueta se presentó ante nuestras pupilas.

Un joven de unos treinta y siete años, sostenía la cajita de cristal con el corazón de Annabel junto a su pecho, dándole calor con sus manos y susurrándole entre cánticos promesas de amor.

- ¡Yo siempre protegeré tu corazón! ¡Cuando más triste estés, piensa que estoy aquí, aunque a veces esté a muchos kilómetros de distancia, siempre volveré!

Anabelle reconoció la voz cantarina y yo también. Ambas sonreímos.

Sin embargo nuestras sonrisas desaparecieron cuando un gritó nos sobresaltó. 

- ¡Anabelle! - gritó demasiado fuerte una voz masculina.

Ambas abrimos nuestros párpados, temblorosas de angustia, volviendo a la realidad. Sin embargo enseguida nos calmamos al ver que esa voz masculina no era otra que la del joven de pelo largo que había salvado al corazón de Anabelle de perderse por un precipicio sin salida.

Y en el mismo momento en el que el reloj del ayuntamiento comenzó a dar las doce campanadas que anunciaban el comienzo de un nuevo día, Anabelle y su novio Manuel se fundieron en un abrazo intenso. Y entre el calor de sus brazos volvió a sonreír sin pausa. De la comisura de sus labios se desprendieron un montón de sonrisas radiantes, risitas que hacía tiempo que no nacían.


Pero la aventura no finalizó aquí, aún quedaba lo mejor.

Les acompañé de regreso a casa, sintiéndome yo también abrazada por Manuel. Siendo partícipe de cómo Anabelle le relataba los sueños que había tenido mientras la lluvia la empapaba todo el cuerpo sentada en el banco de la plaza.

De cómo el eco del silencio se había apoderado de ella y sintió la necesidad imperante de salir de casa para distraerse y pensar, de cómo no había podido esperar a que él regresara del trabajo porque se estaba volviendo loca entre aquellas paredes, la nostalgia la estaba asfixiando.

De cómo al principio se había sentido sola y que tras el primer sueño, sintió una sombra a su lado acariciándola el pelo.

Yo volví a sonreír porque había logrado reconocerme. Y sonreí aún más fuerte cuando Manuel le susurró al oído:

- La única sombra que había a tu lado cuando yo llegué, era el reflejo de tu silueta entre la oscuridad de la noche, lo que tú eres y siempre serás. Tu esencia Anabelle. Piensa que no hay dos siluetas iguales porque no hay dos personas idénticas. Y tu sombra, tu huella, siempre viajará contigo allá donde vayas, aunque no seas capaz de distinguirla por la tristeza.

- Así como mi padre y mi abuela siempre caminarán dentro de mi sangre aunque la melancolía que me produce el no tenerles en el mundo de los vivos no me deje sentirlos dentro de mí - sentenció Anabelle mientras Manuel corroboraba su pensamiento con un ligero movimiento de cabeza.

Yo volví a sonreír y no dejé de hacerlo. Estaba más contenta que nunca porque por fin había despertado del todo de su agrio letargo.

- Así como tú siempre estarás conmigo, aunque estés trabajando y físicamente estemos separados por unas horas, nuestro amor siempre permanecerá dentro de mi corazón - murmuró mi dueña.

A lo que Manuel contestó:

- ¡Mi corazón siempre será tuyo y estará a tu lado a cada instante, ayudándote a que tus latidos no se pierdan! Al igual que lo que tu padre y tu abuela fueron, todo lo que te quisieron, los latidos de sus corazones que un día te brindaron seguirán ahí, intactos e imperecederos dentro de tu corazón y de tu alma, pequeña mía.

Anabelle sonrió con mucha fuerza y un brillo incandescente penetró sus pupilas para quedarse ahí. Se giró para mirarse en el cristal del portal anterior al suyo y encontró en su reflejo a una chica sonriente, la niña sonriente que llevaba siempre dentro aunque no siempre lograba salir -porque en los días tristes se escondía-, la niña sonriente que yo siempre consigo vislumbrar. 

Y mirando a los ojos de Manuel y tocándose su corazón, Anabelle pronunció:

- Aunque a veces me sienta un corazón a la deriva, perdida, sin rumbo y sin sueños, siempre tendré unos latidos inmortales que me ayudarán a seguir en pie, a pelear, a ser feliz. Los latidos inmortales del amor verdadero -el tuyo-, y los latidos eternos de aquellos corazones cuyo tic-tac se apagó para siempre por la muerte pero que siempre permanecerán vivos dentro de mi sangre y en mi recuerdo.


Manuel la miró a los ojos asiendo su rostro con sus manos y muy bajito la dijo:

- Los latidos eternos de mi corazón que te ama con locura y los latidos inmortales de tu padre y de tu abuela, que se marcharon adorándote. Nadie te podrá robar esos latidos. Son únicamente tuyos, aunque a veces no logres percibirlos, al igual que las estrellas de tus sueños que siempre están ahí esperándote.

- Mis latidos inmortales - gritó Anabelle antes de entrar en el portal. El eco de sus palabras recorriendo las paredes de los edificios de su urbanización la hizo sonreír con fuerzas renovadas.

Anabelle sonrío, Manuel sonrío y yo también sonreí.

La aventura que comenzó siendo una pesadilla terminó con el mejor de los finales felices. Triunfó el amor. 

No podía ser de otro modo.

Y una nueva enseñanza surgió de la adversidad:

“El amor verdadero siempre permanece. Las lágrimas no duran para siempre. Y en nuestro corazón todos tenemos escondidos latidos inmortales que con su fuerza nos ayudarán a continuar en los buenos y en los malos momentos. Únicamente hemos de distinguirlos, de aprender a escucharlos aunque nos domine la oscuridad de la tristeza”.

Y con estas frases, yo, su sombra, sonriente y satisfecha, doy por finalizada la narración de esta historia a la espera de una nueva aventura.

Ahora Anabelle lo sabe, Manuel lo sabe y yo lo sé. Al igual que vosotros que habéis leído estas líneas también.

No os olvidéis ni de esos latidos inmortales ni de que todo viaje consta de un principio y de un final. Así como todo final acaba convirtiéndose en el punto de partida de un nuevo comienzo.