lunes, 28 de mayo de 2012

POR MIS VENAS SE DESPARRAMAN LAS PALABRAS

Mis labios enmudecieron. Como siempre cuando quieren hablar y por miedo permanecen entreabiertos sin mencionar una sola sílaba.

Mi corazón se agitó y comenzó a latir apresurado, como siempre cuando tiene ganas de sentir y siente demasiado.

Mi alma se balanceó entre el mar infinito y cristalino que irradia mi mirada, produciendo pequeñas lágrimas transparentes que encharcaron mis pupilas antes de suicidarse alocadas y atrevidas.

Bajo mi piel la sangre repiqueteaba danzando sin un ritmo fijo, trasegando los caminos que está acostumbrada a deambular, cada día, cada hora, a cada milésima de segundo.

Mis labios enmudecieron. Como siempre cuando quieren hablar y por miedo permanecen entreabiertos sin mencionar una sola sílaba.

Pero de mis venas nacieron pequeñas letras. Junto a mi sangre comenzaron a desparramarse palabras del mismo color que la noche, llenando de oscuridad y tristeza un papel arrugado.

Arrugado como se arruga la piel con el paso de los años. Arrugado como el corazón marchito que solo logra asfixiarse al latir acelerado en un intento de conseguir sentir. Arrugado como se arruga la comisura de los labios cuando persigue a una sonrisa terca que se pronuncia impronunciable. Arrugado como los sueños que se destruyen y que no vuelven a resurgir.

Pero de mis venas se desparramaron las palabras, tintando el papel, diciendo lo que mis labios querían decir antes de silenciarse.

Expresando todo aquello que nunca entenderás. Porque estás a años luz de adivinar cómo me siento cuando siento.

Porque cuando lloro...Lloro para mí. 

Porque he aprendido con el paso de los días a sonreír cuando mis ojos vierten lágrimas invisibles. A gritar eufórica desprendiendo felicidad cuando mi alma se ahoga. 

Porque he aprendido a brillar aunque mi estrella esté apagada. A soñar nuevos sueños cuando todo lo que tengo se escurre entre los dedos de mis manos y subsiste la nada.

Porque solo cuando me desangro en palabras mi voz susurra lo que quiere susurrar.

Y aquí estoy, disfrazando palabras, engalanando sentimientos. 

Expresando todo aquello que nunca entenderás.

Porque estás a años luz de adivinar cómo me siento cuando siento.

Por mis venas se desparraman las palabras tintando un papel blanco arrugado, del mismo color que luce la noche.

domingo, 20 de mayo de 2012

ENTRE EL CALOR DEL INVIERNO

Era una noche fría de invierno. Tras la ventana los copos de nieve se deslizaban pausadamente. 

Nosotros dos nos encontrábamos refugiados entre las paredes de piedra de una vieja cabaña, al abrigo de la chimenea que susurraba calor entre los chasquidos de la madera que se iba quemando.

Nuestros cuerpos semidesnudos ansiaban amarse de nuevo. Nuestras miradas se buscaban separadas por una copa de cristal.

Bastó una sonrisa pícara de mis labios para que él reaccionara.

Me tumbó sobre la alfombra de leopardo, me quitó la copa de vino de mis manos y vertió los restos del licor sobre mi cuello. Con su lengua fue siguiendo la huella que el líquido color carmesí había dejado a su paso por mi piel hasta perderse entre la línea de mi escote.

Me quitó el sujetador de encaje entre besos y caricias, para después coger el bote de nata montada que había sobre la mesa, y cubrir mis pechos con ella. 

Los lamió y mordisqueó hasta no dejar rastro del dulce, terminando en mi pezón derecho que se tensó cuando nuestros piercings entraron en contacto. Cuando la bola de su lengua rozó el aro de acero que adornaba mi pezón, un escalofrío recorrió mi cuerpo, provocando que toda mi piel se erizara.

Estaba dispuesto a provocar infinitas sensaciones en todas y cada una de las terminaciones nerviosas de mi cuerpo.

Cogió un par de las velas que decoraban el salón y derramó el contenido de cera líquida sobre mi torso. 

No pude evitar estremecerme entre la mezcla de ardor y placer. Acarició el sendero construido por la cera con la yema de sus dedos borrándolo a su paso, para después besar cada centímetro de mi piel levemente enrojecida.

Lentamente, se deshizo de mis braguitas antes de tumbarse sobre mí acortando toda la distancia que separaba nuestros cuerpos, que llevaban buscándose hambrientos toda la noche.

Nuestras lenguas se entrelazaron ardientes en un beso húmedo e infinito que solo se detuvo cuando sus dedos se perdieron entre el túnel de mis piernas, navegando entre mi vagina, provocando que mi garganta estallara en un gemido sonoro que rompió el eco del silencio presente entre las paredes del viejo salón. Mi pelvis sedienta de acción emprendió un baile sexual al ritmo de nuestras respiraciones entrecortadas.

Le mordí en el cuello mientras mi mano izquierda acarició su columna vertebral desde su cintura hasta su cuello, y entre besos, sonrisas y diminutos mordiscos, bajé mi mano libre hasta su entrepierna. Comencé a jugar con su pene, que al contacto frío con mis dedos se fue tensando, lo masturbé consiguiendo que esta vez fuese su garganta la que pronunciase jadeos desenfrenados.

Se elevó, asió mis manos con fuerza y las posó sobre la alfombra por encima de mi cabeza. Me las ató con unas esposas de metal recubiertas con peluche rojo, y comenzó a besarme de nuevo. 

Recorrió todo mi cuerpo entre mordiscos salvajes y saliva ardiente, hasta llegar a mi cintura.

Abrió mis piernas. Empezó a succionar mis labios y lamer mi clítoris provocando que todo mi interior explosionara de placer. A cada balanceo de sus labios y su lengua mis gemidos eran más intensos.

Paró. Cogió las bolas chinas que habíamos elegido en el sex-shop, e introdujo las dos circunferencias de silicona rosa -decoradas con un corazón-, en mi vagina después de acariciar mi clítoris y mis labios fogosamente con un poco del gel acuoso que contenía el kit erótico. Comenzó a balancearlas mientras acariciaba mis pechos y mordisqueaba mi barriga.

No pude evitar gritar, no pude evitar correrme una y otra vez, hasta que decidió que los juegos habían terminado por esa noche. Se puso un preservativo de látex de textura rugosa, se tumbó sobre mí, me besó y me penetró.

Las embestidas de su miembro viril se fueron sucediendo lentas y aceleradas, unas detrás de otras, al ritmo de nuestros acelerados corazones hasta que juntos llegamos al clímax y estallamos en un orgasmo silenciado por nuestras respectivas manos. Dándonos sensación de asfixia y placer máximo.

Entre miradas nuestras respiraciones se fueron pausando, y nuestros corazones volvieron a latir a diferente tempo pero sabiéndose uno.

Nuestras pupilas centelleantes sonrieron mientras los copos de nieve seguían balanceándose entre el viento helado y la madera ardía convirtiéndose en polvo de cenizas.

sábado, 12 de mayo de 2012

JUGANDO CON EL PLACER

La luna llena brillaba en lo alto del cielo, y las estrellas la acompañaban titilando entre suspiros.

La oscuridad de la noche susurraba con su aliento sempiterno, cubriéndolo todo de un vaho melancólico y umbrío.

Otro atardecer en los brazos de la soledad. Mi corazón latía sin fuerzas. Y mi sangre deambulaba entre la escarcha producida por la tristeza que provocan los recuerdos del pasado. Ese pasado en el que el amor sonreía, en el que dos cuerpos amantes vibraban de emoción empapados en sudor.

Cansada de no sentir, cansada de ver el tiempo suceder en el reloj sin un atisbo de placer…

Encendí el reproductor de música y dejé que la voz de mi cantante preferido acunase el silencio. Prendí la mecha de una vela para que su llama parpadease al compás de la melodía, para que su aroma calase entre los resquicios del aire.

Me tumbé desnuda sobre las sábanas de seda roja que amueblaban mi colchón. Abrí el último cajón de mi mesita de noche y saqué mi nuevo juguete.

Un consolador naranja con forma de pene y de textura rugosa. Lo humedecí con un gel lubricante efecto calor, acaricié mi sexo con unas gotas sobrantes del gel, cerré mis ojos y me dejé llevar por las sensaciones.

Cada poro de mi piel se erizó desperezándose. Mi corazón comenzó a latir excitado y mi sangre descongeló la escarcha a cada suspiro entrecortado.

A medida que los minutos avanzaban mis gemidos de placer estallaban. 

Con cada balanceo del minutero del reloj colgado en la pared, mi mano derecha introducía lentamente el consolador en mi vagina, moviéndolo adelante y atrás mientras mi pelvis bailarina danzaba al compás del temblar de la vela, al compás del resurgimiento de una voz tras una frenética melodía nacida de la estridencia de salvajes guitarras eléctricas.

El efecto calor aumentaba con la fricción explosionando en mi interior, produciéndome pequeños orgasmos que se sucedían unos detrás de otros…relevándose.

Con mi mano izquierda acaricié mis pechos, mis pezones y cada centímetro de mi sexo. 

Mis labios ardientes no dejaban de erupcionar lava transparente, mientras el consolador seguía balanceándose, bailando en mi interior, excitando mi corazón, llenando de gemidos mi garganta que intentaba controlarse para no pronunciar alaridos desenfrenados…

Y los minutos fueron sucediéndose, y el placer fue aumentando al igual que las gotas de sudor resbalándose por mi piel, al igual que el rubor acalorando mis mejillas, hasta que mi voz gritó por última vez. Hasta que el volcán que se escondía entre mis piernas estalló mojando las sábanas de seda roja.

La voz de mi cantante preferido siguió ahuecando el silencio, y la luna brilló con todo su esplendor, mientras la noche susurraba cubriéndolo todo con un vaho melancólico y umbrío. Solo las estrellas regalaban un poco de su candente luz al universo que se escondía dentro de mi corazón.

La soledad se había esfumado dejando su trono a un suceder lento de nuevos sueños y anhelos.

sábado, 5 de mayo de 2012

HE APRENDIDO

En estos meses he aprendido muchas cosas. Entre todas ellas, que nunca habrá una última vez en la que nuestra sangre se paralice por completo, hasta nuestro último día. Y que de nada sirve hacernos los valientes. Solo hay que encontrar la manera de vivir con ello.

He aprendido a respirar cuando los miedos aprietan, he aprendido a silenciarlos, a escribirlos para olvidarlos.

He aprendido que la vida sorprende, para mal o para bien, cuando ella quiere. Cerremos los ojos o miremos atentos.

He aprendido que todas las personas que se cruzan en nuestro camino tienen algo que enseñarnos.

He aprendido a sonreír como medio para sobrevivir. He aprendido que mis sonrisas -las nuevas y las viejas pronunciadas tiempo atrás-, valen más que cualquier otra cosa. 

He aprendido a aprovechar los instantes vividos y coserlos al corazón para recordar, para que el alma no se quede dormido mirando como el tiempo transcurrido entre respiración y respiración acontece sin nada que merezca la pena.

He aprendido a sentir las fuerzas necesarias para luchar gracias a las fotografías del pasado.

Esas fotografías que con solo mirarlas nos devuelven a instantes a veces olvidados, a instantes añorados por nuestro corazón a cada suspiro, a instantes que poseemos guardados dentro de las venas.

He aprendido que puedo ser fuerte. Yo que siempre me creí débil me he reconocido frente al espejo fabricando un nuevo yo, materializando sangre nueva a base de negras lágrimas.

He aprendido que existe una rebeldía impresa en el carácter que todos llevamos en los genes, una rebeldía que sale a flote en los momentos más inesperados mostrándonos cosas que desconocíamos de nosotros mismos.

He aprendido que la palabra libertad tiene muchos significados, y el más importante es aquel que narra la libertad propia de cada individuo de no sentirse atado a los malos momentos.

He aprendido que puedo ser una pequeña voluta de humo que por el aire sigue volando aunque intenten encerrarla dentro de una jaula de cristal.

He aprendido que puedo sonreír y llorar al mismo tiempo, ser fuerte, rebelde y libre cuando escribo. Que cuando recuerdo no importan nada más que mis propios recuerdos. Que mis sonrisas siguen siendo sonrisas aunque las lágrimas a veces desdibujen mi mirada.

He aprendido que está en mí caerme mil veces y levantarme de nuevo. Ya no lucho para no caer, aprendo en el resurgimiento.

He aprendido a leer mis sentimientos, a escuchar los latidos de mi corazón porque son los primeros que deberían importarme, a encontrar verdades en mis sueños.

A encontrar recuerdos en viejas fotografías del pasado.

He aprendido que hasta mi último suspiro no dejaré nunca de aprender y eso me hace sentirme más libre.

He aprendido que las personas mueren cuando nadie las recuerda.

He aprendido que en mitad de la noche más oscura pueden brillar las estrellas.

He aprendido que hay que morir eternamente para sentirse realmente vivo.

He aprendido que mi vida puede ser vida solamente si yo quiero vivir.

He aprendido que a veces las cenizas pueden condensarse y formar de nuevo el cuerpo que deshicieron con tan solo imaginar.

Que hay abrazos que se dan en sueños que resultan más ardientes que los que se pronunciaron en la realidad.

Que hay miradas que perdurarán para siempre aunque los ojos permanezcan cerrados.

Que los que se van siguen a nuestro lado sin la necesidad de creer en un más allá. 

He aprendido que puedo sonreír y llorar al mismo tiempo, que puedo ser fuerte, rebelde y libre, que puedo conseguir que las cosas sigan siendo como yo quiero que sean, cuando dejo fluir las palabras que palpitan en mi sangre.

He aprendido que aún me queda mucho por aprender.