sábado, 3 de noviembre de 2012

MENSAJE EN UNA BOTELLA

Sucede que a veces necesitamos que alguien nos empuje hacia lo que queremos, que alguien nos recuerde que debemos luchar. 


Nuestro miedo a sufrir, al fracaso, a caer derrotados y no tener fuerzas para levantarnos, nos hace tambalearnos, dudar. 

Vivimos en un mundo inestable, de guerras, corrupción, crisis económica, paro, sueños truncados, familias rotas, ilusiones desgastadas… 

Y quizá la salida más fácil sea vivir cada día como si fuera el último. Evadirnos de la realidad al encender la televisión y olvidar con ella los problemas, las sombras que acechan nuestros cielos.

Olvidar todo mientras vivimos a pleno pulmón sin mirar atrás, mientras consumimos nuestros propios suspiros y a veces los de los demás. 

Carpe Diem, pese a todo. Sin preocupaciones. 

Sin embargo, si reflexionamos, nos daremos cuenta de que estamos pasando por la vida demasiado aprisa, con los brazos hacia abajo, sin dejar nuestra propia huella. Una huella de verdad. 

Eso es lo que le sucedió a Helena. 

Helena decidió en un momento dado, dejar de pensar. Decidió hacer un alto en su camino y bajarse del tren del mundo para no sufrir más. Decidió vivir el momento, apurar cada sorbito de la vida sin pensar en el mañana. 

Ella tenía su trabajo, su casa, su independencia, su vida. Dejó de ver los telediarios, dejó de leer el periódico repleto de historias tristes. Solo quería cosas que la distrajesen, que la hicieran feliz. 

Pasaron los meses y creyó haberlo conseguido. Sin embargo, al pararse a coger aire, se comenzó a sentir sola, perdida, sin rumbo ni dirección. Sabía dónde estaba pero no a dónde iba, ni a dónde quería llegar. 

Ya no se sentía tan completa. Había hecho eco de la frase "Carpe Diem" a cada latido de su corazón y ahora se sentía vacía. 

En ello estaba pensando un viernes después del trabajo, mientras paseaba cerca de la orilla de la playa de su pueblo. 

Era verano y el cielo estaba comenzando a oscurecer. Los últimos rayos del sol brillaban con escasas fuerzas cuando algo se chocó contra sus pies. Helena miró hacia abajo y se encontró con una botella de cristal transparente tapada con un corcho. 

Al mirarla descubrió que contenía un pequeño papel. No lo dudo ni un instante y la abrió para saber si contenía algún mensaje. 

Cuando logró que el papel saliese de la botella, se sentó en la arena y frente a la brisa del mar, lo abrió y leyó las palabras que había escritas. 

Esas palabras decían así: 

Lucha por tu futuro sin olvidar tu presente. Divisa tus sueños y persíguelos. Vive el momento porque quizá el mañana nunca llegue. Pero jamás olvides que no estás solo en el mundo. Con cada persona que conectes hará de tu vida algo distinto. Fabrica ese “algo” en la vida de alguien y te sentirás mejor dentro de tu corazón. No somos nadie cuando estamos solos. Somos alguien gracias a otros. Nuestra vida es vida cuando es compartida.” 

Helena leyó cada letra y no pudo evitar que varias lágrimas se deslizasen por su rostro. 

Ahí estaba el mensaje que necesitaba escuchar para ser consciente de su realidad. Había olvidado lo que era cuando pensaba en los demás, había dejado de lado esa sensibilidad frente a la vida que la caracterizaba y la hacía especial. Cuando interactuaba con los demás por el simple hecho de compartir un segundo con alguien su sonrisa era radiante. 

Había olvidado lo gratificante de un gesto de cariño, de una palabra, de un abrazo dado o recibido. 

Había olvidado lo bien que se sentía cuando escribía en su blog haciendo frente a las injusticias que sentía con la palabra. Había olvidado cómo se sentía cuando leía un libro y veía una película. 

Se dio cuenta entonces de que esos momentos eran justo lo que añoraba. 

Que eso era lo que necesitaba para llenar el vacío de su alma. Ser la persona que siempre había sido. 

Preocuparse por los demás. Intentar llenar de algo la vida de las personas que la rodeaban. No ser una oveja más del rebaño. Luchar a su manera para hacer del mundo que tenía más cercano algo mejor. 

Se dio cuenta de que podía vivir el momento y luchar. Y debía hacerlo de esa manera para sentirse la mujer que quería ser de verdad. 

Los meses acontecieron y Helena volvió a ser la persona que era años atrás. Volvieron las sonrisas, pero también las preocupaciones, las lágrimas, las dudas. Pero no la importó, se sentía crecer en su interior y su corazón no se sintió vació nunca más. 

A día de hoy, sigue luchando. Escribiendo nuevas líneas, dando lo mejor de sí, y viviendo como si fuese su último suspiro. Saboreando cada instante, exprimiéndolo, guardándolo en el fondo de sus recuerdos, llenando el papel en blanco de sus días de infinitas cosas importantes. 

Unas pequeñas palabras cambiaron su vida, la cambiaron a ella. 

¿Y tú, que prefieres? 

Hay quien vive el día a día sin importarle nada más. 

Hay quien vive cada día y lucha para hacer de su entorno algo mejor. 

Las dos maneras son totalmente éticas, porque cada uno es dueño de su vida. Solo hay una y cada cual ha de elegir cómo quiere vivirla. 

Yo soy de las personas que como Helena luchan porque viven y viven luchando. Suceda lo que suceda mejor hacerlo con los brazos en alto. Dejando huella. Una huella verdadera. Para nosotros mismos y para los demás. 

Mis palabras, un mensaje en una botella. 


*Palabras creadas para el concurso de relatos organizado por ANIM, (Carpe Diem pese a todo) que pasó la primera criba pero al final no resultó premiado, por lo tanto ya os lo puedo mostrar aquí.

Quizá como bien me dijo mi amiga Mai, mi mayor crítica, demasiado moralista. Aunque de eso se trataba, dar tu opinión. Carpe Diem.