lunes, 22 de abril de 2013

LUNA DE NIEVE

[Esta vez, un nuevo relato musical, pero inspirado en las imágenes del video oficial. No en la canción en sí. Un pequeño cambio ;-) ] 


Cuenta la leyenda que cada noche de invierno, durante muchos años, un hombre de corazón frío caminaba adormecido por el arrullar de la luna. 

En mitad de la oscuridad ella cantaba canciones de amor, y él despertaba de sus sueños, embriagado por su aroma. Sediento de emociones y de sangre nueva, ansioso de calor. Sediento de vida. 

Su alma solitaria ansiaba compañía y la luna lo sabía. 

Su belleza lo convertía en un lobo feroz con piel de cordero, esperando el momento adecuado para atrapar a su víctima. Incluso la luna lo admiraba cada noche totalmente embelesada. 

Los latidos de su corazón derramaban un magnetismo poderoso. Su tic-tac provocaba que las mujeres que caminaban cerca de su cabaña de piedra acabaran por encontrarse con él. 

Hipnotizadas además por el susurrar hechicero de la luna, las indefensas criaturas femeninas caminaban en la noche en busca de la cabaña escondida. Caminaban sin poder remediarlo con ansias de amor dentro de su corazón. 

Cada noche un corazón vivo se convertía en un corazón muerto. Bajo la luz de la luna y al amparo de la nieve, sus víctimas caían rendidas en sus brazos extasiadas por su belleza y la inocencia de su rostro. 

Belleza que la sangre de sus víctimas ayudaba a mantener intacta. Inocencia que el halo blanco del astro lunar le regalaba, al reflejarse sobre su piel. 

La luna lo amaba. Por eso cada noche de invierno le agasajaba con muchachas esbeltas y bellas que lo hicieran gozar de placer, y lo alimentaran de inmortalidad. Que lo colmaran de compañía, y deshicieran la fría soledad que le abrazaba en aquel remoto lugar apartado de la civilización. 

La luna lo amaba. Por eso la noche en la que su corazón se apagó, lloró lágrimas de sangre. Derramó lágrimas turbias sobre la nieve blanca. Por eso desde aquel día ya nunca volvió a brillar de la misma manera. 
Su cálida luz se convirtió en un halo de luminosidad azul y caricias congeladas. 

Durante muchos años, cada noche de invierno, el hermoso hombre de corazón frío gozaba de la compañía femenina que la luna le proporcionaba. Se despertaba de sus sueños y salía a pasear por los alrededores del bosque que lo ocultaba, en busca de amor. 

Y la luna lo iluminaba, y su rostro de piel blanca resplandecía con una magia poderosa. Y su melena lisa de color castaño ondeaba entre los silbidos del viento dotándolo de majestuosidad. Mientras con su mirada penetrante y desafiante de ojos marrones buscaba entre los árboles yermos, una sombra. Una silueta, un alma de corazón vivo y apasionado, un cuerpo de sangre caliente que le devolviera las ganas de sentir. 

Y cuando al fin encontraba a una mujer, se acercaba con sigilo entre miradas ardientes luciendo su rostro inocente. Y extendía su mano con la galantería de un caballero que se sabe vencedor. Entre promesas de ayuda y refugio para escapar del frío de la noche. Su cuerpo esbelto de músculos marcados, bajo sus ropajes oscuros victorianos, lo convertían en una ensoñación del pasado. 

Y la muchacha cegada por los murmullos de la luna, seguía sus pasos hacia la cabaña. Caminando a su lado, apoyada en su brazo, sintiéndose protegida y salvada. Ferviente de deseo, entre risitas ahogadas y miradas resplandecientes. 

Mientras los copos de nieve cristalizados seguían derramándose desde las nubes congelando la piel, los cabellos y las ropas. Mientras los pasos pronunciados iban dejando con su caminar, huellas blanquecinas y crujientes que con el crepitar de los segundos se desvanecerían para no dejar rastro. 

Con la noche: calor, sexo, placer y caricias apasionadas. 

Al amanecer: gotas color carmesí derramadas. Un cuerpo femenino inerte sobre la nieve. Sin corazón, sin sangre, sin vida. 

Nadie parecía sospechar. Numerosos animales hambrientos merodeaban los bosques, por lo que las gentes de los alrededores no sospecharon nunca nada. Simplemente se lamentaban por las jóvenes muchachas que entre la oscuridad habían perdido su vida congeladas y devoradas por las fieras. 

Sin embargo existía alguien que si conocía la verdad. Y ni siquiera la luna se percató de la existencia de un corazón incapaz de ser cegado. Tan prendada estaba por el joven de cabello castaño, que no presintió el peligro de su amado. 

Fue en una de esas noches de invierno. La más fría de todas del año 2013 cuando todo sucedió. 

Como cada noche, el joven apuesto salió de su cabaña, danzando entre la nieve con pasos ligeros, en busca de un nuevo amor. 

Ella caminaba con pasos decididos y haciéndose la despistada, por los alrededores del bosque. En el fondo de su alma presentía su cercanía. Y ansiaba su presencia más que ninguna de las muchachas. 

Cuando él la divisó a lo lejos, no pudo evitar sonreír triunfante. Su belleza le maravilló. 

— Jamás la luna me había conseguido un ángel —se dijo para sí mismo extasiado. 

Y caminando entre pensamientos, totalmente maravillado, actuó como cada noche. 

Dulcificó su mirada, se acercó a su víctima poco a poco, divisando su caminar entre la arboleda. Ella ralentizó sus pasos y los disfrazó de cansancio. Y como embrujada por la luna se dejó caer de rodillas, derrotada, sobre la corteza de un árbol donde se apoyó para descansar. Envolvió su mirada de tristeza y angustia, y sus labios se escondieron tras una mueca de terror. 

Unos pequeños tirabuzones negros se escapaban de la capucha roja de su capa. Así perdida entre la nieve, bien parecía una Caperucita Roja indefensa acechada por la cercana presencia del lobo feroz. 

Y el caballero de tez blanca llegó a ella. La saludó con una sonrisa, la embriagó con sus promesas dulces de salvación. Ella sonrió y el la cogió en brazos. 

Ella apoyó su cabeza sobre su hombro y lo miró dulcemente antes de cerrar los ojos. Deambularon en la oscuridad durante muchos minutos, en silencio. Mientras la nieve los envolvía. Mientras la luna los admiraba. 

Cuando llegaron a su cabaña, ella despertó. Pudo divisar la pequeña casa de piedra y cristales rotos que había soñado. Al cruzar el umbral de la puerta, la sentó sobre un viejo sofá cercano a la hoguera, para que dejase de tiritar. Le ofreció comida y una copa de vino. Ella aceptó dócilmente, mientras lo miraba con sus pupilas centelleantes repletas de amor. 

Él jamás sospechó sobre su futuro. Cegado por su belleza angelical no se dio cuenta de que no era una chica cualquiera. 

Se arrodilló frente a ella, retiró el plato vacío y la copa de cristal. Asió sus manos entre las suyas y las besó. Ella contestó con una sonrisa radiante antes de acariciar su inmaculado rostro con ternura. 

Él intuyó una señal en aquella caricia, y como cada noche, condujo a su víctima hacia su amplia alcoba. En ella, una cama de madera adornada con sábanas de seda color violeta, una pequeña chimenea encendida y un armario con ropajes antiguos. De él sacó un vestido encorsetado de color rojo, y lo dejó sobre un diván que estaba cerca de la ventana. 

—Será para vestirme a la mañana siguiente. Después de asesinarme, arrancarme el corazón y beber mi sangre. Me vestirá y dejará mi cuerpo inerte bien vestido sobre la nieve —se dijo para sí misma entre pensamientos, sin dejar de sonreír. 

Se acercó a ella, la acarició su rostro, sus brazos, su cuello, mirándola intensamente a los ojos. Desanudó su capa y la dejó caer sobre la cama. Se acercó a su cuello y comenzó a besarla delicadamente, saboreando cada centímetro de su piel. 

Ella sonrío de forma tímida, le abrazó y le correspondió. 

Y en su mente no dejaban de surgir preguntas, unas tras otras. 

¿Cómo puede ser tan mentiroso y buen actor? ¿Cómo es capaz de ser tan despiadado y tratar tan dulcemente a sus víctimas? ¿Por qué es tan hermoso? ¿Sufrirá un hechizo lunar? 

Y el joven triunfante siguió danzando su danza macabra. Liberó su delgado cuerpo del vestido negro vaporoso, acarició su cuerpo, y la tumbó sobre la cama. 

Mientras la chica lo miraba se desnudó y se tumbó a su lado. Sus ojos hechizantes querían absorber la mirada de aquel ángel para siempre. Y en su corazón…deseos ardientes y dudas. Muchas dudas. 

Juntos, avivados por el fuego de la hoguera, dejaron libres de ataduras sus cuerpos que se amaron de forma intensa durante la madrugada. Entre caricias y palabras susurradas la penetró con delicadeza, embistiéndola de forma más violenta a cada latido pronunciado. Ella, observaba como tras la ventana caían pequeños copos blancos. Sonrisas de triunfo y agrios recuerdos acunaban su alma, entre gemidos dulces y alaridos desenfrenados que profería su garganta. Todo su cuerpo temblaba de placer y éxtasis. 

Clavó sus largas uñas en su espalda. Mordió su estilizado cuello, se aferró con ahínco a sus musculados brazos y lo rodeó con sus piernas, colmándolo de más placer mientras bailaba a su compás. El placer de sentirse deseado, único, especial. 

Y empujándole hacia tras, con una fuerza enérgica, logró tumbarlo sobre la cama. Se subió sobre su cintura y cabalgó con la mirada en el techo mientras sus cabellos despeinados danzaban entre los ecos del aire denso, y las caricias del calor del fuego. 

Él no dejó de observarla, mientras la agarraba por las caderas y le acaricia su ombligo y sus pechos. La observaba intentando retener en su memoria aquellos instantes de sexo, placer y calor ferviente. De amor apasionado, de virtudes entregadas y latidos desconcertantes. 

Y con sus cuerpos entrelazados y desnudos, se observaron durante horas. Ella esperando su momento. Él dudando por primera vez de lo que tendría que hacer después. Ella también dudaba aunque quisiera eliminar sus dubitaciones cada vez que nacían. 

Algo tenía aquella chica que le descolocaba por completo. No podía dejar de acariciarla, de besarla, de contemplarla. Y así, entre miradas furtivas se quedó dormido, bajo la atenta mirada de la luna. La joven de pelo negro se acurrucó entre sus brazos, sonriente. Y cerró sus ojos presa de un sueño inexistente. 

Dos horas más tarde, se deshizo de su abrazo y se dirigió a la pequeña cocina que había divisado al entrar, y con la que había soñado tantas veces. 

Allí, cogió el cuchillo más grande de todos. El mismo con el que él asesinaba a todas sus víctimas, y se dirigió de nuevo hacía el cuarto. 

La luna intentó despertarlo con sus canticos, pero él no respondía a su llamada. Seguía en silencio, tranquilo, durmiendo. Soñando con aquella joven de rostro angelical y cuerpo blanco como la nieve. 

Y la chica escondió el cuchillo entre las sábanas antes de arrodillarse sobre el colchón y caminar a cuatro patas hacía él. Se tumbó a su lado y lo acarició. Él al sentir sus manos sobre su cuerpo, se despertó sobresaltado. Abrió los ojos, la observó y al verla sonreír, se relajó. 

Y ella no detuvo más el momento. 

Lo besó desenfrenadamente y sus lenguas se bebieron ansiosas. Sus caricias se volvieron más y más desenfrenadas, mientras el placer comenzaba a excitar sus vientres de nuevo. Ella se sentó a horcajadas sobre él, besó su cuello, mordió su pezón izquierdo, acarició su torso desnudo. Y él se sintió vivo sin necesidad de sangre. Sintió como si su frío corazón se fuese descongelando, gota a gota, copo a copo. 

— ¡Tú has descongelado mi corazón, precioso ángel de la noche! —susurraron sus labios tímidos mientras la chica le observaba confundida. 

En sus sueños él jamás había pronunciado aquellas palabras. Y había revivido entre ensoñaciones cada una de sus muertes. Confundida dudó, pero sus recuerdos pesaban mucho más que los sentimientos, que aquel extraño había despertado en ella. 

Debía cumplir su venganza. Se lo prometió a su madre frente a su cadáver. 

Al pensar en ella, una furia enloquecida la estremeció. Agarró el cuchillo y atravesó su corazón bajo la aterrada mirada del joven que aun la agarraba por la cadera. 

Agonizando entre suspiros entrecortados escuchó la armoniosa voz de su ángel por primera vez desde que la había conocido. 

— ¡Esto es por mi madre! Ninguna mujer más morirá en tus brazos —pronunció clavándole más hondo la fría hoja de metal. 

Y él, llorando por primera vez, agonizante, la miró profundamente mientras sus pupilas se despedían a causa de la muerte. 

Y antes de su último suspiro, susurró: ¡Siempre tuyo! —mientras las yemas de sus dedos acariciaban su ombligo. 

Ella se quedó paralizada. No podía moverse. Sintió una punzada resquebrajar su corazón. 

Ahora tenía que arrancar el corazón del joven, comérselo pedazo a pedazo. Como él había hecho con todas las mujeres que asesinó. Pero no tuvo fuerzas. Sus últimas palabras habían conseguido derrumbarla. 

Se tumbó a su lado sobre la cama, arrancó el cuchillo de su pecho y cerró sus párpados. No podía dejar de mirarlo mientras sus ojos comenzaban a nublarse de furtivas lágrimas. 

La luna la observó incrédula, encendida por la ira, mientras derramaba lágrimas negras ensangrentadas. 

El lobo feroz había sido cazado por un ángel de la noche. 

Así fue como la hija de una de sus víctimas, con sangre de bruja fluyendo en sus venas, averiguó y durante años planeó su venganza. Gracias a sus sueños pudo conocer su rostro, su mirada, su cuerpo, su nombre. 
Todo. Pensó que sonreiría mirando a la luna al ver cumplida su promesa de acabar con la fiera humana que dio muerte a su madre y a tantas jóvenes; sin embargo no pudo. 

Cumplió su promesa pero no sonrió. Lloró, embriagada totalmente por una tristeza infinita. Acarició el cuerpo desnudo del joven, sus finos labios, su pelo castaño, su tersa barbilla. Y acariciando la sangre que se había resbalado de su yermo corazón, susurró su nombre una y otra vez, hasta que su voz se quebró. 

— ¡Tobías! 

— ¡Tobías! 

— ¡Tobías! 

Eso es lo que contaba la leyenda. 

También narraba que la luna no volvió a brillar con intensidad desde entonces. Y que cada noche de invierno, el alma atormentada de un joven hermoso vaga sin rumbo por los bosques en busca de vida, sabiéndose muerto. Asesinado por la única mujer que había despertado su negro corazón y por la que había decidido cambiar de vida. 

Cada noche de invierno, bajo la atenta mirada de una luna de nieve y escarcha, el alma atormentada de un joven hermoso vaga sin rumbo por los bosques en busca de su ángel de la noche. Esperando a que su bella y candorosa bruja lo salve de su condena eterna.



*Inspirado en el video de Avantasia "Sleepwalking":

4 comentarios:

  1. genialoso, lleno de imágenes preciosas :)
    ahora voy a ver el video.
    mil besos!!!

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  2. Noche, lobos, amor... pero también oscuridad.
    Sabes que me encantó, especialmente ese aire
    mítico que le das, de leyenda.
    El final parece una broma cruel del destino,
    al mismo tiempo que justicia, a través de la
    mano de la hechicera.

    Has mejorado mucho en este relato, aunque ya te lo
    había dicho, pero no me canso de hacerlo ;)


    Un abrazo, esperamos nuevos relatos, nuevas
    palabras derramadas.

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  3. Madre mía, estoy de pie y aplaudiendo (mentira, estoy tumbada en el sofá XD pero en espíritu estoy completamente levantada ;) precioso, precioso cuento, Rebeca <3 <3 <3

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  4. Me ha gustad MUCHO este relato :D Felicidades, creo que es una de mis favoritos :) Siempre me han gustado cuando son de este tipo y tu has sabido sacarle toda la esencia :D
    ¡Bravo!

    Un abrazo :)

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