[Esta vez, un nuevo relato musical, pero inspirado en las imágenes del video oficial. No en la canción en sí. Un pequeño cambio ;-) ]
Cuenta la leyenda que cada noche de invierno,
durante muchos años, un hombre de corazón frío caminaba adormecido por el
arrullar de la luna.
En mitad de la oscuridad ella cantaba canciones de
amor, y él despertaba de sus sueños, embriagado por su aroma. Sediento de
emociones y de sangre nueva, ansioso de calor. Sediento de vida.
Su alma solitaria ansiaba compañía y la luna lo
sabía.
Su belleza lo convertía en un lobo feroz con piel de
cordero, esperando el momento adecuado para atrapar a su víctima. Incluso la
luna lo admiraba cada noche totalmente embelesada.
Los latidos de su corazón derramaban un magnetismo
poderoso. Su tic-tac provocaba que las mujeres que caminaban cerca de su cabaña
de piedra acabaran por encontrarse con él.
Hipnotizadas además por el susurrar hechicero de la
luna, las indefensas criaturas femeninas caminaban en la noche en busca de la
cabaña escondida. Caminaban sin poder remediarlo con ansias de amor dentro de
su corazón.
Cada noche un corazón vivo se convertía en un
corazón muerto. Bajo la luz de la luna y al amparo de la nieve, sus víctimas
caían rendidas en sus brazos extasiadas por su belleza y la inocencia de su rostro.
Belleza que la sangre de sus víctimas ayudaba a
mantener intacta. Inocencia que el halo blanco del astro lunar le regalaba, al
reflejarse sobre su piel.
La luna lo amaba. Por eso cada noche de invierno le
agasajaba con muchachas esbeltas y bellas que lo hicieran gozar de placer, y lo
alimentaran de inmortalidad. Que lo colmaran de compañía, y deshicieran la fría
soledad que le abrazaba en aquel remoto lugar apartado de la civilización.
La luna lo amaba. Por eso la noche en la que su
corazón se apagó, lloró lágrimas de sangre. Derramó lágrimas turbias sobre la
nieve blanca. Por eso desde aquel día ya nunca volvió a brillar de la misma
manera.
Su cálida luz se convirtió en un halo de luminosidad azul y caricias
congeladas.
Durante muchos años, cada noche de invierno, el
hermoso hombre de corazón frío gozaba de la compañía femenina que la luna le
proporcionaba. Se despertaba de sus sueños y salía a pasear por los alrededores
del bosque que lo ocultaba, en busca de amor.
Y la luna lo iluminaba, y su rostro de piel blanca
resplandecía con una magia poderosa. Y su melena lisa de color castaño ondeaba
entre los silbidos del viento dotándolo de majestuosidad. Mientras con su
mirada penetrante y desafiante de ojos marrones buscaba entre los árboles
yermos, una sombra. Una silueta, un alma de corazón vivo y apasionado, un
cuerpo de sangre caliente que le devolviera las ganas de sentir.
Y cuando al fin encontraba a una mujer, se acercaba
con sigilo entre miradas ardientes luciendo su rostro inocente. Y extendía su
mano con la galantería de un caballero que se sabe vencedor. Entre promesas de
ayuda y refugio para escapar del frío de la noche. Su cuerpo esbelto de
músculos marcados, bajo sus ropajes oscuros victorianos, lo convertían en una
ensoñación del pasado.
Y la muchacha cegada por los murmullos de la luna,
seguía sus pasos hacia la cabaña. Caminando a su lado, apoyada en su brazo,
sintiéndose protegida y salvada. Ferviente de deseo, entre risitas ahogadas y
miradas resplandecientes.
Mientras los copos de nieve cristalizados seguían
derramándose desde las nubes congelando la piel, los cabellos y las ropas.
Mientras los pasos pronunciados iban dejando con su caminar, huellas
blanquecinas y crujientes que con el crepitar de los segundos se desvanecerían
para no dejar rastro.
Con la noche: calor, sexo, placer y caricias
apasionadas.
Al amanecer: gotas color carmesí derramadas. Un
cuerpo femenino inerte sobre la nieve. Sin corazón, sin sangre, sin vida.
Nadie parecía sospechar. Numerosos animales
hambrientos merodeaban los bosques, por lo que las gentes de los alrededores no
sospecharon nunca nada. Simplemente se lamentaban por las jóvenes muchachas que
entre la oscuridad habían perdido su vida congeladas y devoradas por las
fieras.
Sin embargo existía alguien que si conocía la
verdad. Y ni siquiera la luna se percató de la existencia de un corazón incapaz
de ser cegado. Tan prendada estaba por el joven de cabello castaño, que no
presintió el peligro de su amado.
Fue en una de esas noches de invierno. La más fría
de todas del año 2013 cuando todo sucedió.
Como cada noche, el joven apuesto salió de su
cabaña, danzando entre la nieve con pasos ligeros, en busca de un nuevo amor.
Ella caminaba con pasos decididos y haciéndose la
despistada, por los alrededores del bosque. En el fondo de su alma presentía su
cercanía. Y ansiaba su presencia más que ninguna de las muchachas.
Cuando él la divisó a lo lejos, no pudo evitar
sonreír triunfante. Su belleza le maravilló.
— Jamás la luna me había conseguido un ángel —se
dijo para sí mismo extasiado.
Y caminando entre pensamientos, totalmente
maravillado, actuó como cada noche.
Dulcificó su mirada, se acercó a su víctima poco a
poco, divisando su caminar entre la arboleda. Ella ralentizó sus pasos y los
disfrazó de cansancio. Y como embrujada por la luna se dejó caer de rodillas,
derrotada, sobre la corteza de un árbol donde se apoyó para descansar. Envolvió
su mirada de tristeza y angustia, y sus labios se escondieron tras una mueca de
terror.
Unos pequeños tirabuzones negros se escapaban de la
capucha roja de su capa. Así perdida entre la nieve, bien parecía una
Caperucita Roja indefensa acechada por la cercana presencia del lobo feroz.
Y el caballero de tez blanca llegó a ella. La saludó
con una sonrisa, la embriagó con sus promesas dulces de salvación. Ella sonrió
y el la cogió en brazos.
Ella apoyó su cabeza sobre su hombro y lo miró
dulcemente antes de cerrar los ojos. Deambularon en la oscuridad durante muchos
minutos, en silencio. Mientras la nieve los envolvía. Mientras la luna los
admiraba.
Cuando llegaron a su cabaña, ella despertó. Pudo
divisar la pequeña casa de piedra y cristales rotos que había soñado. Al cruzar
el umbral de la puerta, la sentó sobre un viejo sofá cercano a la hoguera, para
que dejase de tiritar. Le ofreció comida y una copa de vino. Ella aceptó
dócilmente, mientras lo miraba con sus pupilas centelleantes repletas de amor.
Él jamás sospechó sobre su futuro. Cegado por su
belleza angelical no se dio cuenta de que no era una chica cualquiera.
Se arrodilló frente a ella, retiró el plato vacío y
la copa de cristal. Asió sus manos entre las suyas y las besó. Ella contestó
con una sonrisa radiante antes de acariciar su inmaculado rostro con ternura.
Él intuyó una señal en aquella caricia, y como cada
noche, condujo a su víctima hacia su amplia alcoba. En ella, una cama de madera
adornada con sábanas de seda color violeta, una pequeña chimenea encendida y un
armario con ropajes antiguos. De él sacó un vestido encorsetado de color rojo,
y lo dejó sobre un diván que estaba cerca de la ventana.
—Será para vestirme a la mañana siguiente. Después
de asesinarme, arrancarme el corazón y beber mi sangre. Me vestirá y dejará mi
cuerpo inerte bien vestido sobre la nieve —se dijo para sí misma entre
pensamientos, sin dejar de sonreír.
Se acercó a ella, la acarició su rostro, sus brazos,
su cuello, mirándola intensamente a los ojos. Desanudó su capa y la dejó caer
sobre la cama. Se acercó a su cuello y comenzó a besarla delicadamente,
saboreando cada centímetro de su piel.
Ella sonrío de forma tímida, le abrazó y le
correspondió.
Y en su mente no dejaban de surgir preguntas, unas
tras otras.
¿Cómo puede ser tan mentiroso y buen actor? ¿Cómo es
capaz de ser tan despiadado y tratar tan dulcemente a sus víctimas? ¿Por qué es
tan hermoso? ¿Sufrirá un hechizo lunar?
Y el joven triunfante siguió danzando su danza
macabra. Liberó su delgado cuerpo del vestido negro vaporoso, acarició su
cuerpo, y la tumbó sobre la cama.
Mientras la chica lo miraba se desnudó y se tumbó a
su lado. Sus ojos hechizantes querían absorber la mirada de aquel ángel para
siempre. Y en su corazón…deseos ardientes y dudas. Muchas dudas.
Juntos, avivados por el fuego de la hoguera, dejaron
libres de ataduras sus cuerpos que se amaron de forma intensa durante la
madrugada. Entre caricias y palabras susurradas la penetró con delicadeza,
embistiéndola de forma más violenta a cada latido pronunciado. Ella, observaba
como tras la ventana caían pequeños copos blancos. Sonrisas de triunfo y agrios
recuerdos acunaban su alma, entre gemidos dulces y alaridos desenfrenados que
profería su garganta. Todo su cuerpo temblaba de placer y éxtasis.
Clavó sus largas uñas en su espalda. Mordió su
estilizado cuello, se aferró con ahínco a sus musculados brazos y lo rodeó con
sus piernas, colmándolo de más placer mientras bailaba a su compás. El placer
de sentirse deseado, único, especial.
Y empujándole hacia tras, con una fuerza enérgica,
logró tumbarlo sobre la cama. Se subió sobre su cintura y cabalgó con la mirada
en el techo mientras sus cabellos despeinados danzaban entre los ecos del aire
denso, y las caricias del calor del fuego.
Él no dejó de observarla, mientras la agarraba por
las caderas y le acaricia su ombligo y sus pechos. La observaba intentando
retener en su memoria aquellos instantes de sexo, placer y calor ferviente. De
amor apasionado, de virtudes entregadas y latidos desconcertantes.
Y con sus cuerpos entrelazados y desnudos, se
observaron durante horas. Ella esperando su momento. Él dudando por primera vez
de lo que tendría que hacer después. Ella también dudaba aunque quisiera
eliminar sus dubitaciones cada vez que nacían.
Algo tenía aquella chica que le descolocaba por
completo. No podía dejar de acariciarla, de besarla, de contemplarla. Y así,
entre miradas furtivas se quedó dormido, bajo la atenta mirada de la luna. La
joven de pelo negro se acurrucó entre sus brazos, sonriente. Y cerró sus ojos
presa de un sueño inexistente.
Dos horas más tarde, se deshizo de su abrazo y se
dirigió a la pequeña cocina que había divisado al entrar, y con la que había
soñado tantas veces.
Allí, cogió el cuchillo más grande de todos. El
mismo con el que él asesinaba a todas sus víctimas, y se dirigió de nuevo hacía
el cuarto.
La luna intentó despertarlo con sus canticos, pero
él no respondía a su llamada. Seguía en silencio, tranquilo, durmiendo. Soñando
con aquella joven de rostro angelical y cuerpo blanco como la nieve.
Y la chica escondió el cuchillo entre las sábanas
antes de arrodillarse sobre el colchón y caminar a cuatro patas hacía él. Se
tumbó a su lado y lo acarició. Él al sentir sus manos sobre su cuerpo, se
despertó sobresaltado. Abrió los ojos, la observó y al verla sonreír, se
relajó.
Y ella no detuvo más el momento.
Lo besó desenfrenadamente y sus lenguas se bebieron
ansiosas. Sus caricias se volvieron más y más desenfrenadas, mientras el placer
comenzaba a excitar sus vientres de nuevo. Ella se sentó a horcajadas sobre él,
besó su cuello, mordió su pezón izquierdo, acarició su torso desnudo. Y él se
sintió vivo sin necesidad de sangre. Sintió como si su frío corazón se fuese
descongelando, gota a gota, copo a copo.
— ¡Tú has descongelado mi corazón, precioso ángel de
la noche! —susurraron sus labios tímidos mientras la chica le observaba
confundida.
En sus sueños él jamás había pronunciado aquellas
palabras. Y había revivido entre ensoñaciones cada una de sus muertes.
Confundida dudó, pero sus recuerdos pesaban mucho más que los sentimientos, que
aquel extraño había despertado en ella.
Debía cumplir su venganza. Se lo prometió a su madre
frente a su cadáver.
Al pensar en ella, una furia enloquecida la
estremeció. Agarró el cuchillo y atravesó su corazón bajo la aterrada mirada
del joven que aun la agarraba por la cadera.
Agonizando entre suspiros entrecortados escuchó la
armoniosa voz de su ángel por primera vez desde que la había conocido.
— ¡Esto es por mi madre! Ninguna mujer más morirá en
tus brazos —pronunció clavándole más hondo la fría hoja de metal.
Y él, llorando por primera vez, agonizante, la miró
profundamente mientras sus pupilas se despedían a causa de la muerte.
Y antes de su último suspiro, susurró: ¡Siempre
tuyo! —mientras las yemas de sus dedos acariciaban su ombligo.
Ella se quedó paralizada. No podía moverse. Sintió
una punzada resquebrajar su corazón.
Ahora tenía que arrancar el corazón del joven,
comérselo pedazo a pedazo. Como él había hecho con todas las mujeres que
asesinó. Pero no tuvo fuerzas. Sus últimas palabras habían conseguido
derrumbarla.
Se tumbó a su lado sobre la cama, arrancó el
cuchillo de su pecho y cerró sus párpados. No podía dejar de mirarlo mientras
sus ojos comenzaban a nublarse de furtivas lágrimas.
La luna la observó incrédula, encendida por la ira,
mientras derramaba lágrimas negras ensangrentadas.
El lobo feroz había sido cazado por un ángel de la
noche.
Así fue como la hija de una de sus víctimas, con
sangre de bruja fluyendo en sus venas, averiguó y durante años planeó su
venganza. Gracias a sus sueños pudo conocer su rostro, su mirada, su cuerpo, su
nombre.
Todo. Pensó que sonreiría mirando a la luna al ver cumplida su promesa
de acabar con la fiera humana que dio muerte a su madre y a tantas jóvenes; sin
embargo no pudo.
Cumplió su promesa pero no sonrió. Lloró, embriagada
totalmente por una tristeza infinita. Acarició el cuerpo desnudo del joven, sus
finos labios, su pelo castaño, su tersa barbilla. Y acariciando la sangre que
se había resbalado de su yermo corazón, susurró su nombre una y otra vez, hasta
que su voz se quebró.
— ¡Tobías!
— ¡Tobías!
— ¡Tobías!
Eso es lo que contaba la leyenda.
También narraba que la luna no volvió a brillar con
intensidad desde entonces. Y que cada noche de invierno, el alma atormentada de
un joven hermoso vaga sin rumbo por los bosques en busca de vida, sabiéndose
muerto. Asesinado por la única mujer que había despertado su negro corazón y
por la que había decidido cambiar de vida.
Cada noche de invierno, bajo la atenta mirada de una
luna de nieve y escarcha, el alma atormentada de un joven hermoso vaga sin
rumbo por los bosques en busca de su ángel de la noche. Esperando a que su
bella y candorosa bruja lo salve de su condena eterna.
*Inspirado en el video de Avantasia "Sleepwalking":