Nosotros dos nos encontrábamos
refugiados entre las paredes de piedra de una vieja cabaña, al abrigo de la
chimenea que susurraba calor entre los chasquidos de la madera que se iba quemando.
Nuestros cuerpos semidesnudos ansiaban amarse de
nuevo. Nuestras miradas se buscaban separadas por una copa de cristal.
Bastó una sonrisa pícara de mis labios para que él
reaccionara.
Me tumbó sobre la alfombra de leopardo, me quitó la
copa de vino de mis manos y vertió los restos del licor sobre mi cuello. Con su
lengua fue siguiendo la huella que el líquido color carmesí había dejado a su
paso por mi piel hasta perderse entre la línea de mi escote.
Me quitó el sujetador de encaje entre besos y
caricias, para después coger el bote de nata montada que había sobre la mesa, y
cubrir mis pechos con ella.
Los lamió y mordisqueó hasta no dejar rastro del
dulce, terminando en mi pezón derecho que se tensó cuando nuestros piercings
entraron en contacto. Cuando la bola de su lengua rozó el aro de acero que
adornaba mi pezón, un escalofrío recorrió mi cuerpo, provocando que toda mi
piel se erizara.
Estaba dispuesto a provocar infinitas sensaciones en
todas y cada una de las terminaciones nerviosas de mi cuerpo.
Cogió un par de las velas que decoraban el salón y
derramó el contenido de cera líquida sobre mi torso.
No pude evitar
estremecerme entre la mezcla de ardor y placer. Acarició el sendero construido
por la cera con la yema de sus dedos borrándolo a su paso, para después besar
cada centímetro de mi piel levemente enrojecida.
Lentamente, se deshizo de mis braguitas antes de
tumbarse sobre mí acortando toda la distancia que separaba nuestros cuerpos,
que llevaban buscándose hambrientos toda la noche.
Nuestras lenguas se entrelazaron ardientes en un
beso húmedo e infinito que solo se detuvo cuando sus dedos se perdieron entre
el túnel de mis piernas, navegando entre mi vagina, provocando que mi garganta
estallara en un gemido sonoro que rompió el eco del silencio presente entre las
paredes del viejo salón. Mi pelvis sedienta de acción emprendió un baile sexual
al ritmo de nuestras respiraciones entrecortadas.
Le mordí en el cuello mientras mi mano izquierda
acarició su columna vertebral desde su cintura hasta su cuello, y entre besos,
sonrisas y diminutos mordiscos, bajé mi mano libre hasta su entrepierna.
Comencé a jugar con su pene, que al contacto frío con mis dedos se fue
tensando, lo masturbé consiguiendo que esta vez fuese su garganta la que
pronunciase jadeos desenfrenados.
Se elevó, asió mis manos con fuerza y las posó sobre
la alfombra por encima de mi cabeza. Me las ató con unas esposas de metal
recubiertas con peluche rojo, y comenzó a besarme de nuevo.
Recorrió todo mi cuerpo entre mordiscos salvajes y
saliva ardiente, hasta llegar a mi cintura.
Abrió mis piernas. Empezó a succionar mis labios y
lamer mi clítoris provocando que todo mi interior explosionara de placer. A
cada balanceo de sus labios y su lengua mis gemidos eran más intensos.
Paró. Cogió las bolas chinas que habíamos elegido en
el sex-shop, e introdujo las dos circunferencias de silicona rosa -decoradas
con un corazón-, en mi vagina después de acariciar mi clítoris y mis labios
fogosamente con un poco del gel acuoso que contenía el kit erótico. Comenzó a
balancearlas mientras acariciaba mis pechos y mordisqueaba mi barriga.
No pude evitar gritar, no pude evitar correrme una y
otra vez, hasta que decidió que los juegos habían terminado por esa noche. Se
puso un preservativo de látex de textura rugosa, se tumbó sobre mí, me besó y
me penetró.
Las embestidas de su miembro viril se fueron
sucediendo lentas y aceleradas, unas detrás de otras, al ritmo de nuestros
acelerados corazones hasta que juntos llegamos al clímax y estallamos en un
orgasmo silenciado por nuestras respectivas manos. Dándonos sensación de
asfixia y placer máximo.
Entre miradas nuestras respiraciones se fueron
pausando, y nuestros corazones volvieron a latir a diferente tempo pero
sabiéndose uno.
Nuestras pupilas centelleantes sonrieron mientras
los copos de nieve seguían balanceándose entre el viento helado y la madera ardía
convirtiéndose en polvo de cenizas.
El fuego se siente, traspasa la pantalla y te ataca directamente ;) Es genial, sin excesivos sinónimos que aveces resultan inapropiados cuando lo que queremos describir tiene su propio nombre. Y con un punto y final realmente adecuado.
ResponderEliminarBesotes ^^
La pasión es la pasión, la verdad es que me gusta más este relato que el anterior. En el otro hablabas de la soledad, pero éste es mucho más cálido, hablas del fuego líquido que navega por nuestras venas y de la unión con el ser amado. Además el entorno en el que se desarrolla la escena aprece de lo más acogedor.
ResponderEliminarEspero nuevos realtos :)
Mil besos.
Un gran relato, que te introduce en la escena con una facilidad increíble, y te hace sentir todo lo que tanto cuesta de expresar con palabras, toda esa pasión desfrenada y el deseo impetuoso...
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Felicidades :)