La oscuridad de la noche susurraba con su aliento
sempiterno, cubriéndolo todo de un vaho melancólico y umbrío.
Otro atardecer en los brazos de la soledad. Mi
corazón latía sin fuerzas. Y mi sangre deambulaba entre la escarcha producida
por la tristeza que provocan los recuerdos del pasado. Ese pasado en el que el
amor sonreía, en el que dos cuerpos amantes vibraban de emoción empapados en
sudor.
Cansada de no sentir, cansada de ver el tiempo
suceder en el reloj sin un atisbo de placer…
Encendí el reproductor de música y dejé que la voz
de mi cantante preferido acunase el silencio. Prendí la mecha de una vela para
que su llama parpadease al compás de la melodía, para que su aroma calase entre
los resquicios del aire.
Me tumbé desnuda sobre las sábanas de seda roja que
amueblaban mi colchón. Abrí el último cajón de mi mesita de noche y saqué mi
nuevo juguete.
Un consolador naranja con forma de pene y de textura
rugosa. Lo humedecí con un gel lubricante efecto calor, acaricié mi sexo con
unas gotas sobrantes del gel, cerré mis ojos y me dejé llevar por las
sensaciones.
Cada poro de mi piel se erizó desperezándose. Mi
corazón comenzó a latir excitado y mi sangre descongeló la escarcha a cada
suspiro entrecortado.
A medida que los minutos avanzaban mis gemidos de
placer estallaban.
Con cada balanceo del minutero del reloj colgado en la
pared, mi mano derecha introducía lentamente el consolador en mi vagina,
moviéndolo adelante y atrás mientras mi pelvis bailarina danzaba al compás del
temblar de la vela, al compás del resurgimiento de una voz tras una frenética
melodía nacida de la estridencia de salvajes guitarras eléctricas.
El efecto calor aumentaba con la fricción
explosionando en mi interior, produciéndome pequeños orgasmos que se sucedían
unos detrás de otros…relevándose.
Con mi mano izquierda acaricié mis pechos, mis
pezones y cada centímetro de mi sexo.
Mis labios ardientes no dejaban de
erupcionar lava transparente, mientras el consolador seguía balanceándose,
bailando en mi interior, excitando mi corazón, llenando de gemidos mi garganta
que intentaba controlarse para no pronunciar alaridos desenfrenados…
Y los minutos fueron sucediéndose, y el placer fue
aumentando al igual que las gotas de sudor resbalándose por mi piel, al igual
que el rubor acalorando mis mejillas, hasta que mi voz gritó por última vez.
Hasta que el volcán que se escondía entre mis piernas estalló mojando las
sábanas de seda roja.
La voz de mi cantante preferido siguió ahuecando el
silencio, y la luna brilló con todo su esplendor, mientras la noche susurraba
cubriéndolo todo con un vaho melancólico y umbrío. Solo las estrellas regalaban
un poco de su candente luz al universo que se escondía dentro de mi corazón.
La soledad se había esfumado dejando su trono a un
suceder lento de nuevos sueños y anhelos.
Me ha gustado mucho el comienzo, describes la noche y la soledad del corazón, que todos alguna vez hemos experimentado.
ResponderEliminarMe gust ael modo en el cual la música va transportando a nuestra protagonista a otro mundo, al interior de su corazón, donde no debe haber lugar para la tristeza.
Espero poder leer pronto nuevos relatos.
Besos.
Describes muy bien esa profunda sensación de soledad y cierto desamparo que sentimos algunas veces. Y esa profunda necesidad de esa mezcla de placer y ternura que es el sexo. Esa sed difícil de saciar.
ResponderEliminarSaludos.
Ese tipo de placer es una necesidad que todos tenemos, seamos quienes seamos, nos sintamos solos o no... Pero tiene que ser muy difícil experimentar un placer realmente pleno cuando tu corazón está en ese estado...
ResponderEliminarMuy bonito, Rebeca :)
Como dice el dicho: a falta de pan, buenas son tortas o mejor ¿bizcochos? no hay malestar interno que un poco de sexo no atenue.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el fondo en el que te apoyas.
ResponderEliminarMuchísimo.
Besos