Siempre he creído que escribir era mi forma de hacer
terapia para ahorrarme dinero en psicólogos. Mis mayores verdades las he
encontrado leyendo o escribiendo.
Desde que vine de Barcelona no paro de darle vueltas
a un asunto.
Un amigo especial me pregunto durante una charla
didáctica: ¿cuál es el momento de más terror que has vivido?
Y yo le dije que fue viajar por primera vez fuera de
España, pisar suelo italiano, tener frente a mí la grandeza del “Duomo di
Milano”, su plaza llena de gente, y reconozco que aquello
me superó. Me hizo sentirme muy pequeñita. Y temo de mis pensamientos cuando
por alguna razón me siento así, porque conozco muy bien lo que se esconde
dentro de mí en esos instantes. La cantidad de sombras que me abrazan entonces
y lo mal que puedo llegar a sentirme.
No sé si él se dio cuenta. Pero mentí. Oculté la verdad a mi
amigo.
Lo hice por miedo a que sonara demasiado
trágico lo que tenía que decir. Por miedo a que pensaran que siempre estoy con
mis paranoias tristes y entristecerlos a ellos. Pero también porque sabía que a una de las personas allí
presentes mi respuesta le iba a doler, porque no le gusta esa melancolía mía de
añoranza hacia lo que ya no tengo.
Pero esa respuesta que callé lleva rondando mi
cabeza desde entonces…
Ayer, modelando las ideas principales y dando vida a
las características de los personajes de esa historia que desde mi vuelta estoy
empezando de nuevo, me di cuenta realmente del motivo por el que desde hace un
tiempo mis personajes principales han sido abandonados, no tienen mucha familia
o vienen de una familia desestructurada.
Ayer me reafirmé en esa respuesta que callé. Así,
sin más, cuando ni siquiera pensaba en ello.
Y ahora entiendo mis nervios cuando una persona
cercana no llama cuando tiene que llamar, o no coge el teléfono, o llega tarde
del trabajo…Porque siempre que las cosas me han ido bien…aparece algo que las
pone peor.
Ayer pude comprobar que adorno a mis personajes con
mis mayores miedos. ¿Por qué? Quizá es la única forma que tengo de enfrentarme
a ellos, en un intento de que quizá al menos esos seres inventados se puedan
enfrentar a esas sombras que yo no siempre puedo.
Si ahora mi amigo me preguntara de nuevo ¿cuál es el
momento de mayor terror que has vivido? Y sabiendo que esa persona a la que entristecen
mis tristezas no lee este rincón si no se lo leo yo, contestaría…
Fue un momento de pánico silencioso y lágrimas. Shock.
Mi mayor momento de terror lo viví en una habitación un 4 de Junio del 2011. Cuando acaricié a una persona -a la que quise con toda el alma y que aún sigo queriendo-, y no respondió a mis caricias, cuando supe que sus ojos cerrados no se volverían abrir nunca más.
Mi mayor momento de terror lo viví en una habitación un 4 de Junio del 2011. Cuando acaricié a una persona -a la que quise con toda el alma y que aún sigo queriendo-, y no respondió a mis caricias, cuando supe que sus ojos cerrados no se volverían abrir nunca más.
Desde entonces tengo pánico a que les pasen ciertas
cosas a las personas a las que quiero. Y sé que es inevitable. Que volverá a suceder.
Y por eso intento que mis personajes se acostumbren a ello. Si ya les han
abandonado, no les podrán abandonar más ¿no? Si ellos se acostumbran quizá yo
también me acostumbre.
Aunque sé que eso no sucederá nunca.
Miedo a perder a las personas a las que quiero. Miedo a perder a las personas que me quieren de verdad.
Escribir es mi forma de hacer terapia. Seguro que no
soy la única con este miedo. Cuando amamos siempre tememos perder a las
personas que nos proporcionan aliento para seguir viviendo, y a veces
sobreviviendo.
Para mantener ese miedo caminando en línea recta,
aunque a veces de bandazos, no me queda otra que seguir escribiendo.
Y es que escribo para hacer terapia. Siempre fue
así. Y una parte de mí siempre lo seguirá haciendo.
Hace meses ni siquiera podría haber hablado de esto. (Para que luego digan que escribir no ayuda...)
Hace meses ni siquiera podría haber hablado de esto. (Para que luego digan que escribir no ayuda...)
Yo también mentí.
ResponderEliminarY también es ese uno de mis miedos... pero no sé si el peor.
Bueno, no sé si tienes modo de comprobarlo, pero ya ves que te he contestado con el mismo miedo en el otro blog, sin saber que habías dicho esto aquí... de hecho, me daba tanto miedo darle palabras que lo he dejado en una frase muy parecida a la tuya "perder a los que quiero", que les pase algo, ese es mi peor miedo... y luego esta la agorafobia (lo de Roma también lo entiendo), pero eso es más un demonio personal :)
ResponderEliminarMe ha encantado la entrada, te seguiré también por aquí.
un abrazo, muy sentido :)
Ese miedo es el más lógico del mundo Rebeca. Como ya te dije en el otro blog, las penas del alma son cosa nuestra. No hay terapias para superar cosas que debemos, por muy chungo que suene lo que voy a decir, aceptar.
ResponderEliminarYo también he pasado por algo así, ya lo sabes. Y en su momento creí que me moriría con ella, no me sentía capaz de superarlo... Y no lo hice, simplemente tuve que... aceptarlo. Han pasado cinco años y ahora es más sencillo hablar de ello, pero hace tiempo solo podía escribir y dejarme llevar por esa melancolía.
Para las penas del alma no hay terapias que valgan.
Recuerdo mi clase de técnicas de intervención, en casos de catástrofes imprevisibles (atentados o accidentes desproporcionados) donde nuestro profesor nos dijo: Ya podemos enviar 500 camiones cargados de los mejores psicólogos al centro de la catástrofe que a las dos horas (dos días, dos semanas o dos meses) serán igual de inútiles que el placebo con forma de lexatin que dan en las urgencias médicas ante ataques de pánico.
Los miedos biológicos o racionales nunca necesitan más terapia que nuestra propia asimilación (de ahí ese dicho que el tiempo todo lo cura). Otra cosa son los miedos injustificados (a la suciedad, a la comida, al número trece :P...) y las obsesiones generadas a partir de ellos.
Aunque vivamos en una sociedad hedonista no podemos pretender no temer ciertas cosas de las que dependemos, ni sentirnos apáticos ante lo que realmente nos importa. Es lógico tener miedo, es sano biológica y psicológicamente tener miedo porque nos ayuda a sobrevivir. Y sobre todo es bueno hablar de ello, en ocasiones, tan solo con nosotros mismos porque nos ayuda a asimilar. La aceptación viene después. El olvido nunca, gracias a los dioses :)
¡Qué preciosa y profunda reflexión, Rebeka!
ResponderEliminarEs normal que temamos perder a aquellos a los que amamos, pero ese miedo no debe impedirnos disfrutar de ellos. Nadie tiene la certeza de que, tras cerrar los ojos esta noche, los va a abrir mañana. Por lo tanto, todo lo que podemos hacer es amar hoy y hacer felices a los demás con lo que tengamos.
Es una de esas obviedades que a menudo quedan obviadas, como dice mi amigo Álex Rovira.
Contra el miedo, amor. Contra el pánico, mucho más amor.
Una vez hablé con alguien acerca de sus más profundos temores y le dije algo que creo que podría servirte:
ResponderEliminar"Y miedo, claro que todos tenemos miedo. El miedo es lo más natural del mundo.
Miedo a no cumplir nuestros sueños, miedo a estar solos, a ser rechazados...
Por ello tienes que ser fuerte, paciente y justa contigo misma para poder llegar a superarlo, porque puedes hacerlo.Y lo harás."
Un fuerte abrazo.
A veces me surgen relatos que quiero escribir, o que más bien, me piden ser escritos. A veces no puedo escribirlos por miedo a que se hagan realidad.
ResponderEliminarCon los años soy consciente de que me anticipé años antes a cosas que sucedieron tal cual.Eso me llena de terror. Es mi terror.
Un beso
Guardamos tantas cosas dentro que cada uno escapa por donde puede, yo también he necesitado escribir siempre para entenderme un poco más y a modo de desahogo. La cruel verdad es que sabemos que las personas que amamos, que necesitamos, en cualquier momento pueden desaparecer y eso realmente asusta, por mucha ley de vida que sea, por mucho que el budismo tenga razón y todo sea cambiante y nada sea eterno. Me alegro que al menos hayas podido empezar a hablar de ello, es un gran paso.
ResponderEliminarMi miedo es mucho más estúpido: morir en un accidente de tráfico o peor aún acabar sufriendo en un hospital, siendo enfermera hay muchas cosas de la vida que asustan, demasiadas tragedias que una ve como espectador y le tocan y lo peor, es que es verdad, la gente no está hecha para escuchar tristezas y profundidades todo el rato, así que a veces no hay más remedio que guardarse lo que uno siente.