jueves, 5 de enero de 2012

LATIDOS INMORTALES...FINAL

Anabelle dejó de sonreír y volvió a sentirse angustiada. Quiso despertar de su sueño pero le fue imposible. 

Yo traté de despertarla pero no pude y la impotencia se apoderó de mí. Cuando sus ojos comenzaron a llorar los míos la acompañaron.

Volvió a sentirse sola, volvió a ahogarse entre sus miedos, los latidos del pequeño corazón refugiado en su barquito de cristal volvieron a debilitarse, la angustia la apretó fuertemente el pecho. 

Su respiración se entrecortó en el mismo momento en el que las tinieblas desaparecieron y nuestros ojos pudieron vislumbrar que su corazón envuelto en el cristal transparente se dirigía a toda prisa arrastrado por la corriente del agua y el viento hacia una boca de alcantarilla.

Apretó los ojos fuertemente intentando que la imagen desapareciera pero no lo consiguió. Comenzó a tambalearse nerviosa y lloró apresurada un montón de lágrimas amargas. 

Decidí no llorar para no empeorar las cosas, pero a cada lágrima derramada por Anabelle el viento soplaba más fuerte, a cada sollozo el río crecía. Y ambas supimos entonces que ese agua turbia que acelerado buscaba la alcantarilla no era más que el conjunto de todas las lágrimas empapadas en rímel que habían surcado su rostro durante estos cuatros meses que habían acontecido desde la muerte de su padre.

- ¡No te caigas corazón! ¡Que alguien me ayude por favor! - susurraron sus labios en la realidad mientras que en nuestro sueño fue un espantoso grito profesado por sus cuerdas vocales.

Pero no sirvió de nada. Vimos como el barquito de cristal con su corazón entraba en la fantasmal alcantarilla de hierro y todo se tornó más sombrío. La niebla lo cubrió todo con su manto espumoso, la oscuridad de la noche se hizo más eterna y juntas volvimos a llorar desesperadas, sin esperanza.

Lloramos hasta que nuestros ojos se quedaron sin lágrimas, un dolor en el pecho nos hizo sentirnos muertas y cuando creímos que todo estaba perdido… unos pequeños destellos de luz aparecieron en el cielo.
Las estrellas comenzaron a brillar guiadas por el halo blanco de la luna y de repente el contorno de una silueta se presentó ante nuestras pupilas.

Un joven de unos treinta y siete años, sostenía la cajita de cristal con el corazón de Annabel junto a su pecho, dándole calor con sus manos y susurrándole entre cánticos promesas de amor.

- ¡Yo siempre protegeré tu corazón! ¡Cuando más triste estés, piensa que estoy aquí, aunque a veces esté a muchos kilómetros de distancia, siempre volveré!

Anabelle reconoció la voz cantarina y yo también. Ambas sonreímos.

Sin embargo nuestras sonrisas desaparecieron cuando un gritó nos sobresaltó. 

- ¡Anabelle! - gritó demasiado fuerte una voz masculina.

Ambas abrimos nuestros párpados, temblorosas de angustia, volviendo a la realidad. Sin embargo enseguida nos calmamos al ver que esa voz masculina no era otra que la del joven de pelo largo que había salvado al corazón de Anabelle de perderse por un precipicio sin salida.

Y en el mismo momento en el que el reloj del ayuntamiento comenzó a dar las doce campanadas que anunciaban el comienzo de un nuevo día, Anabelle y su novio Manuel se fundieron en un abrazo intenso. Y entre el calor de sus brazos volvió a sonreír sin pausa. De la comisura de sus labios se desprendieron un montón de sonrisas radiantes, risitas que hacía tiempo que no nacían.


Pero la aventura no finalizó aquí, aún quedaba lo mejor.

Les acompañé de regreso a casa, sintiéndome yo también abrazada por Manuel. Siendo partícipe de cómo Anabelle le relataba los sueños que había tenido mientras la lluvia la empapaba todo el cuerpo sentada en el banco de la plaza.

De cómo el eco del silencio se había apoderado de ella y sintió la necesidad imperante de salir de casa para distraerse y pensar, de cómo no había podido esperar a que él regresara del trabajo porque se estaba volviendo loca entre aquellas paredes, la nostalgia la estaba asfixiando.

De cómo al principio se había sentido sola y que tras el primer sueño, sintió una sombra a su lado acariciándola el pelo.

Yo volví a sonreír porque había logrado reconocerme. Y sonreí aún más fuerte cuando Manuel le susurró al oído:

- La única sombra que había a tu lado cuando yo llegué, era el reflejo de tu silueta entre la oscuridad de la noche, lo que tú eres y siempre serás. Tu esencia Anabelle. Piensa que no hay dos siluetas iguales porque no hay dos personas idénticas. Y tu sombra, tu huella, siempre viajará contigo allá donde vayas, aunque no seas capaz de distinguirla por la tristeza.

- Así como mi padre y mi abuela siempre caminarán dentro de mi sangre aunque la melancolía que me produce el no tenerles en el mundo de los vivos no me deje sentirlos dentro de mí - sentenció Anabelle mientras Manuel corroboraba su pensamiento con un ligero movimiento de cabeza.

Yo volví a sonreír y no dejé de hacerlo. Estaba más contenta que nunca porque por fin había despertado del todo de su agrio letargo.

- Así como tú siempre estarás conmigo, aunque estés trabajando y físicamente estemos separados por unas horas, nuestro amor siempre permanecerá dentro de mi corazón - murmuró mi dueña.

A lo que Manuel contestó:

- ¡Mi corazón siempre será tuyo y estará a tu lado a cada instante, ayudándote a que tus latidos no se pierdan! Al igual que lo que tu padre y tu abuela fueron, todo lo que te quisieron, los latidos de sus corazones que un día te brindaron seguirán ahí, intactos e imperecederos dentro de tu corazón y de tu alma, pequeña mía.

Anabelle sonrió con mucha fuerza y un brillo incandescente penetró sus pupilas para quedarse ahí. Se giró para mirarse en el cristal del portal anterior al suyo y encontró en su reflejo a una chica sonriente, la niña sonriente que llevaba siempre dentro aunque no siempre lograba salir -porque en los días tristes se escondía-, la niña sonriente que yo siempre consigo vislumbrar. 

Y mirando a los ojos de Manuel y tocándose su corazón, Anabelle pronunció:

- Aunque a veces me sienta un corazón a la deriva, perdida, sin rumbo y sin sueños, siempre tendré unos latidos inmortales que me ayudarán a seguir en pie, a pelear, a ser feliz. Los latidos inmortales del amor verdadero -el tuyo-, y los latidos eternos de aquellos corazones cuyo tic-tac se apagó para siempre por la muerte pero que siempre permanecerán vivos dentro de mi sangre y en mi recuerdo.


Manuel la miró a los ojos asiendo su rostro con sus manos y muy bajito la dijo:

- Los latidos eternos de mi corazón que te ama con locura y los latidos inmortales de tu padre y de tu abuela, que se marcharon adorándote. Nadie te podrá robar esos latidos. Son únicamente tuyos, aunque a veces no logres percibirlos, al igual que las estrellas de tus sueños que siempre están ahí esperándote.

- Mis latidos inmortales - gritó Anabelle antes de entrar en el portal. El eco de sus palabras recorriendo las paredes de los edificios de su urbanización la hizo sonreír con fuerzas renovadas.

Anabelle sonrío, Manuel sonrío y yo también sonreí.

La aventura que comenzó siendo una pesadilla terminó con el mejor de los finales felices. Triunfó el amor. 

No podía ser de otro modo.

Y una nueva enseñanza surgió de la adversidad:

“El amor verdadero siempre permanece. Las lágrimas no duran para siempre. Y en nuestro corazón todos tenemos escondidos latidos inmortales que con su fuerza nos ayudarán a continuar en los buenos y en los malos momentos. Únicamente hemos de distinguirlos, de aprender a escucharlos aunque nos domine la oscuridad de la tristeza”.

Y con estas frases, yo, su sombra, sonriente y satisfecha, doy por finalizada la narración de esta historia a la espera de una nueva aventura.

Ahora Anabelle lo sabe, Manuel lo sabe y yo lo sé. Al igual que vosotros que habéis leído estas líneas también.

No os olvidéis ni de esos latidos inmortales ni de que todo viaje consta de un principio y de un final. Así como todo final acaba convirtiéndose en el punto de partida de un nuevo comienzo.

 

4 comentarios:

  1. Estoy convencida que se aprende mucho más de la adversidad que de la felicidad y que las lágrimas no son eternas (de lo contrario moriríamos en el intento). Del mismo modo, tu relato me parece fascinante.
    Un abrazo.

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  2. REbeka, me has hecho sufrir pensando que el corazón se hundía en el alcantarillado y reir con el canto de esperanza de nuestra Anabelle.
    Creo que hay que ver las cosas con cierto optimismo, por muy malas que sean o que lo parezcan.
    Un beso muy fuerte y felices reyes y feliz año 2012.

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  3. Un relato precioso...

    En un principio imaginé que la narradora era alguna parte inconsciente de Anabelle, su alma tal vez... Así que llegar a este punto del relato me ha encantado. Porque, en cierto modo, es una oda al individualismo. Somos autosuficientes, aunque nos necesitemos tanto como Anabelle necesita a Manuel y viceversa. Nosotros somos los únicos que realmente tenemos el poder de salvarnos, por mucho apoyo que necesitemos. Y visto del revés, también somos los únicos con el poder de hundirnos... Tal vez por eso me ha gustado tanto, porque se reflejan esas dos posibilidades a la perfección.

    Gracias por regalarnos este relato Rebeca, el viaje de la tristeza ha sido muy emotivo y emocionante a partes iguales (pues tan solo estábamos surcando esas aguas turbulentas); pero estoy deseando descubrir esa nueva parte de la aventura. ¿Te animas a crearle un día soleado a Anabelle? ^^

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