Yo traté de despertarla pero no pude y la impotencia se apoderó de mí. Cuando sus ojos comenzaron a llorar los míos la acompañaron.
Volvió a sentirse sola, volvió a ahogarse entre sus
miedos, los latidos del pequeño corazón refugiado en su barquito de cristal
volvieron a debilitarse, la angustia la apretó fuertemente el pecho.
Su respiración se entrecortó en el mismo momento en
el que las tinieblas desaparecieron y nuestros ojos pudieron vislumbrar que su
corazón envuelto en el cristal transparente se dirigía a toda prisa arrastrado
por la corriente del agua y el viento hacia una boca de alcantarilla.
Apretó los ojos fuertemente intentando que la imagen
desapareciera pero no lo consiguió. Comenzó a tambalearse nerviosa y lloró
apresurada un montón de lágrimas amargas.
Decidí no llorar para no empeorar las cosas, pero
a cada lágrima derramada por Anabelle el viento soplaba más fuerte, a cada
sollozo el río crecía. Y ambas supimos entonces que ese agua turbia que
acelerado buscaba la alcantarilla no era más que el conjunto de todas las
lágrimas empapadas en rímel que habían surcado su rostro durante estos cuatros
meses que habían acontecido desde la muerte de su padre.
- ¡No te caigas corazón! ¡Que alguien me ayude por
favor! - susurraron sus labios en la realidad mientras que en nuestro sueño fue
un espantoso grito profesado por sus cuerdas vocales.
Pero no sirvió de nada. Vimos como el barquito de
cristal con su corazón entraba en la fantasmal alcantarilla de hierro y todo se
tornó más sombrío. La niebla lo cubrió todo con su manto espumoso, la oscuridad
de la noche se hizo más eterna y juntas volvimos a llorar desesperadas, sin
esperanza.
Lloramos hasta que nuestros ojos se quedaron sin
lágrimas, un dolor en el pecho nos hizo sentirnos muertas y cuando creímos que
todo estaba perdido… unos pequeños destellos de luz aparecieron en el cielo.
Las estrellas comenzaron a brillar guiadas por el
halo blanco de la luna y de repente el contorno de una silueta se presentó ante
nuestras pupilas.
Un joven de unos treinta y siete años, sostenía la
cajita de cristal con el corazón de Annabel junto a su pecho, dándole calor con
sus manos y susurrándole entre cánticos promesas de amor.
- ¡Yo siempre protegeré tu corazón! ¡Cuando más
triste estés, piensa que estoy aquí, aunque a veces esté a muchos kilómetros de
distancia, siempre volveré!
Anabelle reconoció la voz cantarina y yo también.
Ambas sonreímos.
Sin embargo nuestras sonrisas desaparecieron cuando
un gritó nos sobresaltó.
- ¡Anabelle! - gritó demasiado fuerte una voz
masculina.
Ambas abrimos nuestros párpados, temblorosas de
angustia, volviendo a la realidad. Sin embargo enseguida nos calmamos al ver
que esa voz masculina no era otra que la del joven de pelo largo que había
salvado al corazón de Anabelle de perderse por un precipicio sin salida.
Y en el mismo momento en el que el reloj del
ayuntamiento comenzó a dar las doce campanadas que anunciaban el comienzo de un
nuevo día, Anabelle y su novio Manuel se fundieron en un abrazo intenso. Y
entre el calor de sus brazos volvió a sonreír sin pausa. De la comisura de sus
labios se desprendieron un montón de sonrisas radiantes, risitas que hacía tiempo
que no nacían.
Pero la aventura no finalizó aquí, aún quedaba lo
mejor.
Les acompañé de regreso a casa, sintiéndome yo
también abrazada por Manuel. Siendo partícipe de cómo Anabelle le relataba los
sueños que había tenido mientras la lluvia la empapaba todo el cuerpo sentada
en el banco de la plaza.
De cómo el eco del silencio se había apoderado de
ella y sintió la necesidad imperante de salir de casa para distraerse y pensar,
de cómo no había podido esperar a que él regresara del trabajo porque se estaba
volviendo loca entre aquellas paredes, la nostalgia la estaba asfixiando.
De cómo al principio se había sentido sola y que
tras el primer sueño, sintió una sombra a su lado acariciándola el pelo.
Yo volví a sonreír porque había logrado reconocerme.
Y sonreí aún más fuerte cuando Manuel le susurró al oído:
- La única sombra que había a tu lado cuando yo
llegué, era el reflejo de tu silueta entre la oscuridad de la noche, lo que tú
eres y siempre serás. Tu esencia Anabelle. Piensa que no hay dos siluetas
iguales porque no hay dos personas idénticas. Y tu sombra, tu huella, siempre
viajará contigo allá donde vayas, aunque no seas capaz de distinguirla por la
tristeza.
- Así como mi padre y mi abuela siempre caminarán
dentro de mi sangre aunque la melancolía que me produce el no tenerles en el
mundo de los vivos no me deje sentirlos dentro de mí - sentenció Anabelle
mientras Manuel corroboraba su pensamiento con un ligero movimiento de cabeza.
Yo volví a sonreír y no dejé de hacerlo. Estaba más
contenta que nunca porque por fin había despertado del todo de su agrio
letargo.
- Así como tú siempre estarás conmigo, aunque estés
trabajando y físicamente estemos separados por unas horas, nuestro amor siempre
permanecerá dentro de mi corazón - murmuró mi dueña.
A lo que Manuel contestó:
- ¡Mi corazón siempre será tuyo y estará a tu lado a
cada instante, ayudándote a que tus latidos no se pierdan! Al igual que lo que
tu padre y tu abuela fueron, todo lo que te quisieron, los latidos de sus
corazones que un día te brindaron seguirán ahí, intactos e imperecederos dentro
de tu corazón y de tu alma, pequeña mía.
Anabelle sonrió con mucha fuerza y un brillo
incandescente penetró sus pupilas para quedarse ahí. Se giró para mirarse en el
cristal del portal anterior al suyo y encontró en su reflejo a una chica
sonriente, la niña sonriente que llevaba siempre dentro aunque no siempre
lograba salir -porque en los días tristes se escondía-, la niña sonriente que
yo siempre consigo vislumbrar.
Y mirando a los ojos de Manuel y tocándose su
corazón, Anabelle pronunció:
- Aunque a veces me sienta un corazón a la deriva,
perdida, sin rumbo y sin sueños, siempre tendré unos latidos inmortales que me
ayudarán a seguir en pie, a pelear, a ser feliz. Los latidos inmortales del
amor verdadero -el tuyo-, y los latidos eternos de aquellos corazones cuyo
tic-tac se apagó para siempre por la muerte pero que siempre permanecerán vivos
dentro de mi sangre y en mi recuerdo.
Manuel la miró a los ojos asiendo su rostro con sus
manos y muy bajito la dijo:
- Los latidos eternos de mi corazón que te ama con
locura y los latidos inmortales de tu padre y de tu abuela, que se marcharon
adorándote. Nadie te podrá robar esos latidos. Son únicamente tuyos, aunque a
veces no logres percibirlos, al igual que las estrellas de tus sueños que
siempre están ahí esperándote.
- Mis latidos inmortales - gritó Anabelle antes de
entrar en el portal. El eco de sus palabras recorriendo las paredes de los
edificios de su urbanización la hizo sonreír con fuerzas renovadas.
Anabelle sonrío, Manuel sonrío y yo también sonreí.
La aventura que comenzó siendo una pesadilla terminó
con el mejor de los finales felices. Triunfó el amor.
No podía ser de otro
modo.
Y una nueva enseñanza surgió de la adversidad:
“El amor verdadero siempre permanece. Las lágrimas
no duran para siempre. Y en nuestro corazón todos tenemos escondidos latidos
inmortales que con su fuerza nos ayudarán a continuar en los buenos y en los
malos momentos. Únicamente hemos de distinguirlos, de aprender a escucharlos
aunque nos domine la oscuridad de la tristeza”.
Y con estas frases, yo, su sombra, sonriente y
satisfecha, doy por finalizada la narración de esta historia a la espera de una
nueva aventura.
Ahora Anabelle lo sabe, Manuel lo sabe y yo lo sé.
Al igual que vosotros que habéis leído estas líneas también.
No os olvidéis ni de esos latidos inmortales ni de
que todo viaje consta de un principio y de un final. Así como todo final acaba
convirtiéndose en el punto de partida de un nuevo comienzo.
:)
ResponderEliminarDeberías mandarlo
Estoy convencida que se aprende mucho más de la adversidad que de la felicidad y que las lágrimas no son eternas (de lo contrario moriríamos en el intento). Del mismo modo, tu relato me parece fascinante.
ResponderEliminarUn abrazo.
REbeka, me has hecho sufrir pensando que el corazón se hundía en el alcantarillado y reir con el canto de esperanza de nuestra Anabelle.
ResponderEliminarCreo que hay que ver las cosas con cierto optimismo, por muy malas que sean o que lo parezcan.
Un beso muy fuerte y felices reyes y feliz año 2012.
Un relato precioso...
ResponderEliminarEn un principio imaginé que la narradora era alguna parte inconsciente de Anabelle, su alma tal vez... Así que llegar a este punto del relato me ha encantado. Porque, en cierto modo, es una oda al individualismo. Somos autosuficientes, aunque nos necesitemos tanto como Anabelle necesita a Manuel y viceversa. Nosotros somos los únicos que realmente tenemos el poder de salvarnos, por mucho apoyo que necesitemos. Y visto del revés, también somos los únicos con el poder de hundirnos... Tal vez por eso me ha gustado tanto, porque se reflejan esas dos posibilidades a la perfección.
Gracias por regalarnos este relato Rebeca, el viaje de la tristeza ha sido muy emotivo y emocionante a partes iguales (pues tan solo estábamos surcando esas aguas turbulentas); pero estoy deseando descubrir esa nueva parte de la aventura. ¿Te animas a crearle un día soleado a Anabelle? ^^