martes, 10 de enero de 2012

Y SALIÓ EL SOL...

Salió el sol.

Después de la lluvia y las tormentas internas, comenzó a brillar dentro de su corazón.

Porque después de los vientos huracanados y las tristezas a veces sale el sol  y perdura iluminado por sonrisas resplandecientes y sinceras.

Llegó el 22 de Octubre y a pesar de ser un día clave en su vida donde las ausencias se hacen más presentes, los rayos de luz no dejaron de acompañarla.

Anabelle cumplía 26 años, y el recuerdo de amigos en la distancia, la familia, el amor y saber que poseía unos latidos inmortales dentro de su corazón, la dieron fuerzas para sonreír al pronunciar:

- ¡Un año más vieja!

Se ha prometido hace semanas no venirse abajo, sin embargo a veces la es inevitable. ¡Eso sí! siempre vuelve a resurgir como una guerrera, aunque el corazón la duela y a momentos sienta que se ahoga.

Una vez más, como siempre, fui su compañera fiel. Era el día en el que la tocaba hacer recuento de un año que se iba y de otro que nacía tras su corazón. Era el día en el que debía soplar las velas de la tarta y pedir nuevos deseos.

Yo deseaba que llegara ese momento para conocerlos, y llegó… pero no os voy a contar lo que pidió corazones cotillas, porque quiero que se la cumplan todos y cada uno de ellos.

Lo que si os voy a contar es el magnífico día que pasó al lado de la persona que más sonrisas logra robarla.
Todo comenzó al despertar.

Manuel la abrazó por la cintura y  comenzó una guerra de cosquillas, de besos apasionados y caricias salvajes. En ningún momento dejaron de mirarse a los ojos ilusionados. Yo me sentí un poco incómoda con esas demostraciones de pasión, así que al ver que se cubrían con el edredón, dejé de observarles y decidí esperarles en la cocina. 

- ¡En algún momento tendrán que desayunar! - pensé para mí.

Y no me confundí.

Un tiempo después -no diré cuánto estuve esperando-, los dos cruzaron la puerta de madera con cristales de colores y entre sonrisas y mejillas ruborizadas se tomaron un vaso de zumo y leche con cereales.

Se sirvieron un vaso de néctar de naranja cada uno y al hacerlo mi dueña, se encontró con un dibujo en el cartón pintado por Manuel el día anterior, y volvió a sonreír como una tonta al recordar cuando lo había descubierto y el sentimiento que había inundado su corazón.

Para sí misma se dijo: ¡Que niño más lindo tengo!

Mientras Anabelle calentaba la leche en el microondas Manuel aprovechó para volver a hacer de las suyas, arrancó una hoja cuadriculada de la pequeña libreta roja -donde ella siempre apunta lo que va a cocinar al día siguiente-, y escribió apresurado una pequeña nota.

Cuando ella dejó las tazas sobre la mesa se encontró con un papel emborronado que decía:

“¡FELIZ CUMPLEAÑOS PRECIOSA! Que nos queden muchas velas por soplar juntos, muchas mañanas como ésta, entre amor y sonrisas, y que la luz de tus ojos cada día brille más. Yo lucharé por conseguirlo porque eres mi felicidad. Te amo y te amaré siempre, Manuel.”

Una sonrisa inundó su rostro, sus ojos centellearon llenos de alegría y su corazón comenzó a latir acelerado.

Abrazó enérgicamente a Manuel, lo lleno de besos y de mordiscos pequeños y le susurró al oído: ¡Soy muy afortunada al tenerte conmigo, mi felicidad, el dueño de mi corazón, mi príncipe…!

Y mirándole a los ojos profundamente pronunció: ¡Te amo y te amaré eternamente!

Después se sentaron a la mesa, desayunaron entre caricias y besos lanzados al aire, y llegaron a la conclusión de que pasarían el día fuera de casa.

Fue un día de esos que vale la pena recordar, lo supe desde su comienzo.

El mejor despertar que una pareja de enamorados podría desear, comer fuera de casa, ir a mirar libros al centro comercial…

Eran ellos dos girando a su ritmo dentro de su propio universo sin percatarse de nada más.

Más tarde llegó el tiempo de la reunión familiar en el pueblo para celebrar los 26 y soplar las velas de la tarta todos juntos, la entrega de regalos, las anécdotas, las sonrisas, el paseo hasta el cementerio a llevar una rosa roja a su padre y a su abuela… 

Llegó el tiempo de regresar a casa y acabar la noche acurrucados en el sofá viendo la televisión, abrazados bajo una manta del Fútbol Club Barcelona, que el padre de Annabelle adquirió con el periódico semanas antes de su marcha. 

Horas más tarde, después de varios capítulos de una serie sobre un forense y asesino en serie, antes de marcharse a la cama, mientras Manuel miraba unas cosas en el ordenador del salón, Anabelle sacó su Moleskine negra y narró lo sucedido durante el día, mirando a las estrellas por última vez antes de bajar del todo la persiana de la cocina.

Sonrío de nuevo, pensó en sus estrellas, en las personas que están a su lado cada día, y en aquellos que aunque se fueron siguen estando.

Y volvió a sonreír de nuevo antes de pronunciar entre suspiros: ¡Un año más vieja y os tengo a vosotros a mi lado! Los de siempre, los que habéis ido llegando durante este año…¿Se puede pedir más?

Y al hacer recuento recordó:

Las sonrisas pícaras, los besos ardientes, el sudor de dos cuerpos amándose, las bromas, las letras románticas escritas en una hoja de papel, una cara sonriente con pelos de punta pintada en el tetrabrik del zumo que gritaba: ¡Bébeme Anabelle!, los recuerdos bonitos de la infancia que vinieron a la boca durante el día, el montón de libros que había mirado, los sueños cumplidos, los viajes realizados y los que están por llegar, las viejas canciones que su amor aprendió en la escuela de pequeño y que canta de vez en cuando con voz aniñada para hacerla sonreír y ablandarla el corazón un poco más, los abrazos, las caricias, las miradas cómplices…

- ¡Un gran día! -pronunciamos las dos al mismo tiempo.

Y todo fue sucediendo, segundo a segundo, sin pausa, sin prisa.

Su sonrisa no dejó de canturrear en ningún momento, fue uno de sus mejores cumpleaños. Ella lo sabía.

Aunque al soplar las velas de la tarta de chocolate, no pudo evitar pensar en los que no estaban allí con ella y su mirada se enturbió al paso de una lágrima…tras el minuto de nostalgia, la bastó tocar su pecho, su tatuaje de la rosa roja y sentir los latidos de su corazón para expulsar el aire con fuerza llena de ilusión renovada de nuevo. 

Salió el sol y no dejó de brillar, y con la llegada de la noche la luna y las estrellas brindaron a sus labios el halo blanco de su majestuosidad…

Anabelle no dejó de sonreír, al igual que Manuel tampoco dejó de hacerlo.

Yo sonreí en todo momento.

Porque después de los vientos huracanados y las tristezas a veces sale el sol  y perdura iluminado por sonrisas resplandecientes y sinceras.

Ahora mi chica valiente lo sabe, Manuel lo sabe y yo también. Y vosotros, que habéis leído estas letras también.

Cuando estéis tristes recordad todos los días de sol, de abrazos, besos y sonrisas…y vuestra tristeza se esfumará como vino… Son los días alegres los que permanecen siempre dentro de la memoria.


4 comentarios:

  1. Un bonito relato :)

    Tienes toda la razón cuando dices:Son los días alegres los que permanecen siempre dentro de la memoria.

    Estas líneas están llenas de mucha melancolía, pero también de esperanza, y es ese bonito contraste lo que hace especial a este relato :)

    Sigue escribiendo y lucha por tus sueños.
    Un beso.

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  2. Los días soleados son los que dan fuerza para pelear en los nublados.
    Estos textos me encandilan :)

    Mil besos, amiga

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  3. Aquello bonito nos ayuda a seguir... hasta pronto :)

    www.marencalma-adriana.blogspot.com

    un abraziiito

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  4. ¿Qué decir? Me has sacado una sonrisa en este día tan nublado que tengo hoy (Sigo enferma y me he quedado afónica tras tomar un Strepsils, o cómo se escriba, ¿te lo puedes creer? Si los venden para estar bien...)

    Gracias por haber hecho realidad mi deseo regalándole a Anabelle este día tan precioso, esta parcela de felicidad que la acompañará por siempre. No soy negativa, pero pienso que la felicidad es inalcanzable de forma estable... ¿Qué sería de los seres humanos si eso fuese posible? Necesitamos que nuestra vida sea como una montaña rusa y ahora, Anabelle está en el cenit.

    De verdad, gracias ^^

    ¡¡Un besote muy grande!!

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